Page 177 - Guanipa-Endenantico
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Earle Herrera
mordido por un cascabel, y ella no tendría para educar a ese
muchacho. “Aquí se lo dejo, compadre –según sus recuerdos
había dicho su madre antes de irse–, para que lo haga un hom-
bre de bien jecho y derecho”. ¿Caregato derecho con esas pa-
tas cambadas, ese pelo enmarañado y duro, esa barriga que
le crecía para adentro, esas costillas que ya se le salían del
cuerpo, esas manos huesudas que le terminaban en esas uñas
mugrientas, esos cerotes en el pescuezo y esos ojazos gran-
dotes y verdes que parecían encajados a juro en esa su carita
de negrito faramallero y por los que todo el mundo lo llama
Caregato? ¿Caregato jecho, allí recostado contra la puerta de
la casa de su padrino, llorando a llanto partido al ver la figura
enclenque de su madre perderse, al final de la única calle de La
Leona, tragada como una tarde reacia del verano por la ancha
sabana de la Mesa de Guanipa que no tiene fin?
–¡Cómo no, mi comai, yo le haré de Caregato un hombre
jecho y derecho, sí señora!– habría dicho su padrino y nunca
unas palabras le parecieron tan odiosas.
Primero no se movía para ningún sitio. Si su padrino al
partir para el trabajo lo dejaba en la sala, allí lo encontraba a
su regreso; si lo dejaba en la cocina, en la cocina; si en el patio,
en el patio. Pero después empezó a andar detrás de “Como-tú”,
el perrito que se cagaba por todas partes para darle trabajo a
Caregato, y un día caminó toda la calle detrás de “Como-tú”
y su padrino sonrió al verlo de regreso. El mismo Caregato
no se dio cuenta cuando se acostumbró a todo y perdió la
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