Earle Herrera
pescuezo a la ficción, la trasciende y la anula. Toma su lugar,
se hace ficción. Y El Tigrito queda allí, real y ficticio. Pero,
sobre todo, asombrado porque había conocido la necrofilia,
el amor con los cadáveres.
El Nacional, Suplemento Mujer, 30-1-82, p. 4.
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