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Guanipa Endenantico
En medio de su miedo se resistía a aceptar que al atar-
decer de La Leona no quedaría sino un montón de escombros
tristes polvorosos y Caregato no vería su casa por ningún
lado. Las casas vueltas tierra, las ventanas quebradas, la vieja
nevera retorcida, la mitad de un plato de peltre aquí y allá
un pedazo de loza seguramente de la poceta, todo vuelto tri-
za-pocilga-ruina en medio de la ancha solitaria sabana serían
una apocalíptica visión que nunca jamás se le borraría de la
mente a Caregato, un tatuaje indeleble en su memoria que se
le avivaría aquella tarde que se puso a leer la Biblia y tropezó
con la parábola de que “no quedará piedra sobre piedra”.
A decir verdad, Caregato no recordaba el día exacta-
mente que lo llevaron a La Leona y si sabía que tenía 12 años
era porque se lo habían dicho. Pese a que la maestra lo llamaba
taparita, había aprendido más o menos a leer, aunque no en-
tendía los suplementos que botaban los musiús en el quemador
porque estaban en inglés y decía cuando los hojeaba: “Ahora es
que me falta, no juegue”, y se esforzaba Caregato por entender
una sola palabra y deletreaba y nada y con un raro sentimiento
que no sabía qué era regresaba a su casa cabizbajo con pena y
tristura y se acostaba a dormir hasta las cinco y media de la ma-
ñana cuando sonaba la sirena de la Mene Grande Oil Company
cortando de un tajo su sueño y la mañana.
Los primeros días que fueron tan difíciles eran unos
vagos recuerdos. Tendría cinco años Caregato cuando su
mamá lo entregó a sus padrinos porque su padre había muerto,
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