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Earle Herrera


            pueblo. Hoy está asombrado, sigue sin comprender, no pue-
            de comprender.


                  La violación del cadáver fue médicamente confirmada.
            Se habló de marihuaneros, drogadictos, locos, alucinados, me-
            nos de necrofilia porque allá esa es una palabra extraña. En las

            casas del pueblo, por las noches, se deslizan algunos nombres
            pero nadie sabe. Ni la policía sabe, porque la policía también
            fue desconcertada. Dicen los detectives de la petejota de El
            Tigre que están sobre la pista, que los tienen identificados,

            que fueron dos, que fueron tres, que... ¿Qué?

                  Un periodista de la región por andar asomando hipó-
            tesis y persiguiendo primicias se metió en problemas con la

            seccional del Colegio Médico. Los muertos cuando entran
            en descomposición –y aquel cadáver ya lo estaba– producen
            una grave infección en quien, por supuesto, tengan relaciones
            con el mismo. El periodista informó que dos jóvenes con di-

            cha enfermedad fueron atendidos en el Hospital General de
            El Tigre. Los médicos reaccionaron. Armaron una querella
            contra el informado periodista.


                  El caso ha involucrado a todos los estratos y sectores de
            la comunidad. La realidad y la ficción andan abrazadas por las
            calles. La muerte se metió en la vida y los tiene confundidos.


                  Ciudadanos de otras épocas pero con más luces que El
            Tigrito, hoy todo asombro, tampoco soportaron la necrofilia
            –“coito con un cadáver. // Deseo anormal hacia los cuerpos



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