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Earle Herrera
EL DOBLE DESTINO DE UNA MUCHACHA MUERTA
En su breve existencia la muchacha nunca imaginó su doble
destino. Porque tuvo dos destinos: una trágica muerte que
canceló su vida en flor y otro destino después de muerta. El
primero, un vulgar y absurdo accidente de tránsito, necroló-
gicamente común en este país. Y el segundo, ya abajo en su
tumba, arrancado por la realidad de las páginas más necrofí-
licas de la ficción.
El primer día de este año de gracia y de otras cosas
menos sagradas, regresaba con su familia de Cantaura, capital
del distrito Freites del estado Anzoátegui. Cantaura, por cier-
to, es un pueblo de tumbas y cruces, tradiciones y leyendas.
Retornaba de las fiestas de año nuevo. No pudo jamás llegar a
El Tigrito, donde vivía, porque ocurrió lo absurdo, lo estúpido,
lo exasperantemente común: un accidente de tránsito.
A los dos días –no sé por qué dos– fue sepultada y al ter-
cero sus familiares fueron al campo santo a visitarla, a llevarle
flores, velas y rezos. Recibieron un doloroso impacto del Más
Allá pero que estaba allí, ante sus ojos, real, definitivamente
real: uno, dos –ni la policía lo sabe todavía– perturbados de
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