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una emboscada y fui el único aspirante electo por las fuerzas
revolucionarias.
Náufrago, se comentaba que sería apabullado en el par-
lamento por los representantes de la derecha. En el bloque
de Anzoátegui serían siete contra uno, varios de ellos con
experiencia como alcaldes reelectos y dirigentes crónicos de
los añejos partidos puntofijistas. De mi lado tenía la mala cos-
tumbre de estudiar antes de hablar de cualquier tema. Más que
un curtido profesor, soy un eterno y curioso discípulo de la
vida, amén de lector impenitente de cuanto texto se me cruza,
trate del tema que trate. En el campo político, venía de una
izquierda ajena al parlamento, abstencionista y cultora del voto
nulo, pero me ejercité en la Asamblea Nacional Constituyente
de 1999, en la que fungí de Vicepresidente de la Comisión
Permanente de Educación, Cultura y Deportes. Además, los
auditorios de todas las escuelas de la Universidad Central de
Venezuela y su Aula Magna me habían enseñado a torcer-
le el pescuezo al miedo escénico en tiempos de Renovación
Académica aquí, Mayo Francés allá y periodismo subterráneo
en todas partes.
No solo di el debate en todos los escenarios que me
exigió la Asamblea Nacional, sino que tuve más asistencia
que todos los diputados anzoatiguenses opositores juntos.
Alguna vez la salud me apartó de la curul, pero del resto es-
tuve allí, puntual en la polémica. Cada año, a diferencia de
los opositores de mi estado, presenté el informe de mi gestión
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