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Guanipa Endenantico


            Central de Venezuela, me dijo que yo tenía una obra escrita,
            que mañana me iban a sumar el esperpento de Chevige a mi

            trabajo y que debía aclarar eso y pedirle más respeto. Le hice
            caso a Santos, comí casquillo, como se dice. Una tarde me
            encontré con Chevige, le reclamé que estuviera escribiendo
            “odas” en mi nombre y a mi amigo margariteño le brotó el mal

            humor y pasó un montón de años sin hablarme, como si yo
            tuviera que pedirle perdón por no permitirle usar y usurpar
            mi identidad con sus mal intencionados y “traviesos” escritos.


                  El tiempo se encargó del resto y un día, Chevige y yo,
            nos encontramos hablando como en los viejos y buenos tiem-
            pos de nuestra literaria juventud, cuando habitábamos entre la
            realidad y la ficción, más en esta última dimensión que en la

            primera. Chevige es así. Yo sigo en deuda lírica con El Tigrito,
            pero su “poema” no la salda, la dilata y dimensiona.





























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