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Earle Herrera














            POEMA IMPOSIBLE DE EL TIGRITO


            Muchas páginas he escrito, borrado y emborronado sobre mi

            pueblo, pero nunca he pergeñado (ni perpetrado) un poema
            en su nombre ni con su nombre de título. Sin embargo, en un
            suplemento del norte de Anzoátegui apareció una “oda” (las
            comillas son justas) calzada con mi nombre titulada, preci-
            samente, “El Tigrito”. Era un texto intencionalmente cursi,

            de “versos” ásperos y ridículos, bufos y bufones. Luego supe
            que el autor de semejante esperpento era mi amigo Chevige
            Guayke, quien llenaba todo ese suplemento literario con tex-

            tos suyos y le colocaba el nombre del autor que se le ocurriera.

                  Chevige es un cuentista y poeta de primera línea. Un
            crítico implacable de nuestra literatura (“basuratura”, llegó a

            lamarla) pero, así mismo, como suele suceder, hipersensible a
            la crítica que toque a su persona o sus escritos. En nombre de
            una acendrada amistad que aprecio y valoro no le di impor-
            tancia a la “oda”, o mejor, a la joda de la que me hizo blanco
            con SU “poema” a El Tigrito. Sin embargo, otro amigo de

            excepción, vecino de mi loco barrio en San José de Guanipa,
            él vivía en la calle El Carmen, cerca del alambique y yo en la
            Orinoco, Santos López, conversando un día en la Universidad


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