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Anzoátegui, por lo demás, es tierra de artistas y crea-
dores, de cuyas obras nos sentimos orgullosos y en las que
nos identificamos plenamente. Desde Miguel Otero Silva has-
ta Alfredo Armas Alfonzo y desde Arreaza-Calatrava hasta
Gustavo Pereira, para no mencionar a legiones de jóvenes
poetas, enaltecen con sus letras y su arte el gentilicio de esa
tierra que se extiende desde el Orinoco hasta el mar Caribe,
en un prodigioso abrazo de las aguas.
Nuestro estado ha sido pasto de politiqueros de oficio
y corruptos de toda laya que han asaltado la conducción de su
destino, desde la gobernación hasta el último municipio. La
huella de su gestión es deplorable. Con todo el oro negro que
ha salido de sus entrañas geológicas, poco se ha revertido en
beneficio de Anzoátegui y su gente. Por eso, quienes se han
lucrado desde siempre de ese saqueo continuado, hoy enar-
bolan la consigna de ¡Corrupción sí, poesía no!
Porque la poesía es la nobleza, la elevación del espí-
ritu, el humanismo en su más alta y sublime expresión. Los
corruptos, para poder actuar a sus anchas, quieren un pueblo
inculto, clientelar y chabacano al que puedan seducir con la
migaja del poder y la demagogia. Ese pueblo que imaginan
no es Anzoátegui, cuyos poderes creadores le hacen honor al
bello Credo de Aquiles Nazoa, nuestro fino poeta de las cosas
más sencillas.
En esa línea de conducta y compromiso se inscribe la
poesía y la vida de Tarek William Saab, quien no hace división
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