Page 387 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera
del narrador, con toda la «ficcionalización» que uno puede
imprimirle al hecho. Naturalmente manteniendo, como
yo siempre he mantenido, a pesar de que he narrado su-
cesos violentos como en Historias de la calle Lincoln, In-
ventando los días, el principio de no hacer una literatura
panfletaria, tampoco programática o ideológica.
—¿Cómo lo resolviste? Tú pudiste hacer un artí-
culo, un ensayo breve, pero hiciste un cuento, entraste
en la ficción.
—No, fíjate, eso era lo que solicitaba el coordinador
del Papel Literario: así como a William Osuna le pidió un
poema, a mí me pidió un cuento. La primera reacción mía,
tú puedes imaginártela, era la típica literatura por encargo;
por supuesto, me le replegué en un primer momento, había
una amistad y unas circunstancias, yo le había pedido antes
a él literatura por encargo, él había sido tallerista conmigo,
yo había sido coordinador del taller donde él había partici-
pado diez años antes de suceder esto. Conversamos un poco
de todo esto, incluso del taller, y entonces le dije, bueno, sí,
le voy a aceptar el reto; no te garantizo que me salga algo,
déjame veinticuatro horas. Si mañana a esta hora no se me
ha ocurrido nada —porque eso era urgente, porque ellos
querían sacarlo inmediatamente—, te llamo igual.
Bueno, pensé en el detalle del personaje de la muchacha
que muere, que por cierto te comenté que se parece mucho
a lo que tú, de manera independiente, estabas haciendo en
ese mismo momento, en aquel relato crónica titulado «A
19 pulgadas de la eternidad». Sí, hay cierta similitud. Yo en
ese momento, por supuesto, no conocía tu texto, pero no es
extraño porque las circunstancias las vivimos todas las per-
sonas tomadas por sorpresa, como toda la población. Era
un personaje tentador porque además estaba en las crónicas
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