Page 264 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo
—No. Yo no sabía que me podía morir. Cuando llegué
a mi casa a las 12 de la noche, concienticé la situación,
supe que podía morir y me puse a llorar. Yo tenía que
denunciar esa situación, denunciar que estaban ma-
tando gente, mataban injustamente, tenía que cubrirlo
como reportera. El guardia me decía: «Si tú pasas,
estás muerta».
Elizabeth Araujo recuerda que, a la hora de sentarse
a redactar aquellos hechos de violencia y muerte, no podía
estar pensando en lead, cuerpo y cola, la clásica estructura
de la noticia. Su necesidad era la de relatar sucesos, pero
también hacer que la gente los sintiera y percibiera en toda
su dimensión. Recuerda que sus años de estudios de pos-
grado en La Sorbona la nutrieron de mucha literatura. De
allí le vienen los recursos que pudo manejar para recons-
truir los hechos y representar la realidad. Si cita a Borges,
a Kundera o a Cortázar —subraya— es porque sus lec-
turas le quedaron en el subconsciente y salen para decir, en
pocas palabras, lo que ameritaría de largas explicaciones.
Difícil ser objetivo cuando se tiene que narrar con el co-
razón en la mano. Así lo sentía, por aquellos días, Fabricio
Ojeda, reportero de la sección de política de El Nacional.
Su reportaje, redactado en forma de monólogo, colocando
en boca de un habitante del cerro no solo su testimonio de
los hechos sino también el de varias personas de la zona, lo
tituló «Yo, saqueador», un juego de palabras con reminis-
cencias cristianas del «Yo, pecador». Aquí es la confesión y
contrición. Allá, además de confesión, es alarde y reto. Pe-
riodísticamente, un recurso eficaz en un país mayoritaria-
mente católico. Ojeda reconoce su deuda con Tom Wolfe,
el pope del nuevo periodismo.
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