Page 263 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera


              lanzaron a las calles de Guarenas y Guatire en busca de
              la noticia. No imaginaban que pocas horas después, la ca-
              pital de Venezuela se encontraría azotada por un huracán
              de violencia, y ellos, en el ojo de la tormenta. Desde el epi-
              centro de ese terremoto social que recibiría el nombre del
              Caracazo, escribieron Elizabeth Araujo, Fabricio Ojeda y
              Régulo Párraga. Todos se vieron obligados a trascender la
              preceptiva de los géneros periodísticos convencionales y le
              «robaron» recursos a la literatura. No lo hicieron porque
              querían o pretendían escribir cuentos o novelas, sino por
              necesidad expresiva. Deseaban, además de dar la informa-
              ción de los sucesos, transmitir la atmósfera de los mismos
              y el drama humano que provocaron. No pudieron, como
              lo pauta la objetividad, hacerse «invisibles», impersonales,
              en sus escritos. En algún momento, en algún párrafo, los
              sentimientos y la visión conmovida del redactor se hi-
              cieron presentes. Estos reporteros, durante la década de
              los sesenta eran apenas adolescentes, en consecuencia, no
              habían vivido una situación como el Caracazo.
                  Algunos reporteros confesaron no haber podido dor mir
              la noche del 28 de febrero de 1989. La periodista Elizabeth
              Araujo, luego de cumplir su faena diaria, al llegar a su casa
              estallaba en llanto. ¿Cómo pedirle que se ajustara a los
              postulados de la objetividad periodística?


                    Yo caminaba en el diario El Nacional para ver los desas-
                    tres que estaban ocurriendo, quería descubrir la noche
                    antes de descubrir el día. Tú llegabas a los sitios y la
                    Guardia Nacional no te dejaba pasar. «El que quiera
                    pasar que suba por la escalera». Y yo me atrevía.


                    —¿Tenías en ese momento dimensión del peligro?

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