Page 216 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo
porque resumen una realidad que exigiría muchas pala-
bras para narrarla, es decir, están allí en función de la eco-
nomía del lenguaje literario. En el texto que nos ocupa,
Ángel Gustavo Infante, en pocas líneas y con el pretexto
de un muerto, nos relata un día —el del Caracazo— en un
cerro caraqueño. El narrador, amigo del muerto, «pana»,
«compinche», como se dice en el argot de los cerrícolas,
construye su relato dirigiéndose al difunto, de allí el uso
de la segunda persona que introduce al lector en el mo-
nólogo, lo aproxima a la víctima, lo familiariza con el
ambiente del cerro, como uno más, todo por arte de esa
conversación de tú a tú.
Con dominio de esta técnica narrativa, Infante cuenta
dos historias que transcurren paralelas a lo largo del mo-
nólogo: la de la muerte y el velorio del amigo, y la de lo
que ocurría en la gran cuidad aquel día de levantamiento
popular. En los velorios de los barrios no hay tristeza. Los
«panas», los brothers, los «compinches» del difunto en-
tran y salen exhibiendo su «importancia», su «liderazgo»
o su hoja de vida —¿un curriculum?— que se mide por
los balazos recibidos. «Perdigón entraba y salía mos-
trando, orgulloso, treinta y seis agujeros entre la espalda y
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el cuello» . Este «Perdigón» antes era Miguel a secas, pero
su hazaña, su capacidad de sobrevivencia, le había ganado
un alias, si se quiere, un nombre de guerra. Y él estaba
orgulloso de esos treinta y seis agujeros.
El humor del cerro, recurso popular con hondo con-
tenido de clase para sobrellevar la pobreza y burlarse de
los poderosos y de sus propias precariedades, discurre por
el relato desde la voz del narrador. Le habla a su amigo
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Ángel Gustavo Infante, ob. cit., p. 2.
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