Page 178 - Fricción y realidad en el Caracazo
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ficción y realidad en el caracazo
Si no en todo el orbe —la hipérbole aquí encierra una
ironía—, esa fama de compradores compulsivos sí la co-
noció Estados Unidos, especialmente Miami, adonde la
clase media venezolana viajaba cada quince días a com-
prar cuanto trapo y cachivache encontrara en su camino.
Con una bonanza económica fruto del alza de los precios
del petróleo a partir de 1973 (primer gobierno de Carlos
Andrés Pérez) y una moneda sobrevaluada (4,30 bolívares
por dólar), cuando al cliente venezolano le daban el precio
de alguna mercancía, exclamaba: «¡‛Ta barato, dame dos!».
Los comerciantes de Miami empezaron a llamarlos así
—«‛Ta barato»—, y a los nuevos ricos les encantaba el
apodo. Esta frase, con apóstrofo y todo, se convirtió en la
carta de identidad del venezolano en Miami. La imagen
de la clase social que tendió un puente aéreo semanal entre
Caracas y Florida, en Estados Unidos, fue llevada al cine
por el director y cineasta Carlos Azpurua en su docu-
mental Miami nuestro. La carta de identidad del nuevorri-
quismo se arrugó sensiblemente en 1983, con el estallido
de la crisis económica que se inició con lo que se conoció
como el Viernes Negro, cuando se anunció la devaluación
de la moneda y se desató una enorme fuga de divisas. El
Caracazo, seis años después, le puso el epitafio al ¡‛Ta
bara to, dame dos! Sequera, en su crónica, revela la expre-
sión de humildad forzosa que lo sustituyó: «Esto todavía
está a precio viejo, me lo llevo». Humildad que no llegaba
a Miami porque el puente aéreo se vino abajo, sino que
era oída en las tiendas de Caracas o Margarita. Si la pobla-
ción obrera nunca fue al paraíso, la clase media venezolana
ya no iba a Disneyworld.
El humor popular que permite sobrellevar las cargas,
humor a veces festivo, ora cruel, cambió el saludo «¿Qué
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