Page 161 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera


                  Pero no se trataba de irreverencia o experimento pe-
              riodísticos, sino de un procedimiento para darle voz propia
              a los protagonistas de un hecho excepcional; de ponerlos a
              dialogar o a contar directamente su historia a los lectores.
              También es el recurso que el periodista buscó para dis-
              tinguir y resaltar su relato entre la avalancha informativa
              sobre el mismo tema que por esos días —y por todos los
              medios— caía sobre el público receptor de los mensajes en
              forma abrumadora.
                  El periodista «ficcionaliza» su mediación, ese papel
              de puente y heraldo entre la fuente y el lector; disimula
              su presencia, la hace literaria. Por supuesto que esa in-
              termediación existió, él buscó la información, la historia;
              entrevistó al hombre que narra e hizo trabajo de campo,
              reporteril, de su entorno y de los hechos que vivió. Luego,
              al redactar, le cedió la palabra al saqueador. Pero vamos,
              lo que hizo fue narrar por su boca, un recurso para que
              el reportaje, como quería García Márquez, pareciera un
              cuento. En verdad, la supuesta ausencia del periodista es
              otra ficción.
                  La deuda con el nuevo periodismo estadounidense es
              evidente. Tom Wolfe, pope de esta corriente como André
              Breton lo fue del surrealismo —con la debida distancia que
              se ha de guardar y que se impone por sí sola—, destaca
              entre los aportes de su escuela al periodismo de los años se-
              senta, el audaz uso del punto de vista y su desplazamiento
              de la primera a la segunda o a la tercera persona; del re-
              dactor a uno de los personajes o a varios de ellos. Leámoslo:


                    A veces utilicé el punto de vista, en el sentido jamesiano
                    con  que  lo entienden los  novelistas,  para  entrar  ense-
                    guida en la mente de un personaje, para vivir el mundo

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