Page 143 - Fricción y realidad en el Caracazo
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earle herrera


              poco supiéramos de las otras armas y de la prodigiosa aven-
              tura de aquellos hombres. Cierto, los primeros europeos
              que se lanzaron tras los pasos de Colón en busca de El Do-
              rado, no lo hicieron con el fin de escribir nada. Pero se hi-
              cieron escritores a la fuerza, fueran soldados, misioneros
              o ambas cosas a la vez. El impacto que en ellos causó lo
              desconocido, un mundo sin nombre, una naturaleza in-
              dómita, una fauna y flora esplendorosas e imponentes, en
              fin, todo eso que Alejo Carpentier (1966) denominó lo
              real-maravilloso americano, los deslumbró y conmovió y,
              al afán de conquista se unió la profunda necesidad de re-
              gistrar y contar todo lo que sus ojos, heridos por una nueva
              realidad, veían. Así nacieron las primeras crónicas de In-
              dias, en una escritura tosca si se quiere —repito, eran sol-
              dados los que escribían, no literatos—, pero que tuvieron
              la virtud de nombrar lo nuevo, de bautizar lo desconocido.
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              De inaugurar en América, para decirlo con Neruda , el
              número, el nombre, la línea y la estructura.
                  Una vez asentados en América los capitanes de la
              Conquista, la Corona española necesitaba tener infor-
              mación fidedigna de la extensión de sus dominios y de lo
              que aquí hacían sus súbditos. Información es poder, se ha
              dicho. Esto es válido hoy en el siglo XXI, como también lo
              fue ayer. De allí que, en 1571, Felipe II creara el cargo de
              cronista mayor de las Indias. Al respecto, el historiador
              y escritor venezolano Guillermo Morón escribe:


                    El objeto político era de meridiana claridad: conocer
                    bien los pueblos que se gobiernan. El cronista servía al



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                 Pablo Neruda,  Canto general, Biblioteca Ayacucho, Caracas,
                 1976, p. 57.
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