Page 144 - El cantar del Catatumbo
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en todos los lugares estará simultáneo.
                Ese penar

                es como el mal de altura. Se cura bajando.
                Aquí crece lo que no comienza.
                No hay quien duerma
                                donde sueña un árbol.


              De vuelta hacia Puerto Ayacucho se ven comunidades
           de jivis, curripacos. Sus sombreros reproducen la forma
           de sus chozas cónicas, en cuya cumbre se yergue un
           ramaje seco. Es para los pájaros. Ellos bendicen la casa
           y anuncian – cuando se asientan – la llegada de visitas
           que no se veían de hace mucho. Si son dos los pájaros,
           dos serán los visitantes.
              Sortilegios esos, que andan por el aire.
              Nos detenemos a ver los petroglifos de Pintao, donde
           los hombres grabaron en la roca animales y laberintos,
           señas de sus pequeñas eternidades.
              Por si un día no amanece el Autana.

















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