Page 141 - El cantar del Catatumbo
P. 141
Sí, claro que hay bolsones de miseria imperdonables,
que hay desocupación (ahora que la técnica suplanta
la labor de miles de hombres, generando un exceso de
riqueza que debe redistribuirse), pero es cierto también
que en nuestro subdesarrollo tenemos todavía ciertos
privilegios, quizás por estar entre los esplendores de esta
naturaleza, por vivir en un tiempo más remansado y
menos urgido por la voracidad del desarrollo a ultranza.
Ese hombre que canta toda una tarde bajo un árbol,
junto al río, es más dueño de su libertad y del tiempo.
Tiempo, libertad, ecología, en eso no somos subdesa-
rrollados. Y a esos legados —si no los defendemos—
también querrán quitárnoslos.
Creo que la política, ya sea por las urgencias sociales
o por sus calcificadas premisas, tiende a encerrarse en
sus espejos y deja de lado este horizonte axiológico que
debería ser su objetivo fundamental. Frente a la sed
de poder y posesiones, la plenitud del hombre y de su
espíritu con el universo.
Y es que hay que recordar lo que dice la copla po-
pular: “Yo no soy quien antes era/ni la flor que florecía/soy
el olvido profundo/de la mudanza del día”.
Pero volvamos a los alrededores de Puerto Ayacucho.
Atravesándolos se ven caseríos de guajivos (venidos de
Colombia), de jivis, de piaroas y cultivos de yuca, plátano
y piña. Embarcamos en Puerto Samariapo en una cu-
riara, con el guía Adrián Arana, luego de despedirnos de
140