Page 142 - El cantar del Catatumbo
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Yuri Patiño que, junto a su esposo Emilio y su cuñado
           Alexander, nos dieran una generosa bienvenida.
              Es el imperio de la ceiba, del palo de aceite, de los
           yarumos que se asoman a la orilla con sus hojas como
           manos de estrellas. De la anaconda que en los pantanos
           se hunde y deshunde en el lodo, buscando su memoria
           en la tierra. 800 especies de mamíferos y 600 de aves
           habitan en este escándalo de la naturaleza.
              Dejamos el Orinoco para entrar al río Zipapo que
           se embebe de suaves cascadas, entre grandes pedrones,
           por canales donde se asoman las palmeritas niñas del
           moriche, como perdidas, desconociendo el agua, que-
           riendo irse de la tierra. Vamos hacia el río Autana que
           nos llevará al tepuy que le ha dado el nombre.
              Abunda el árbol tirita, desollado como el abeto, entre
           la vegetación que alza sus iglesias de agua y sombra.
              Cuentan que el Autana, el tepuy, era el árbol de la
           vida. Guajari, su guardián, mandó cortarlo y al caer se
           derramaron todos los frutos de la tierra. Si lo hachaban
           de noche, reaparecía. Ahora es ese monte, ese cono, que
           aparece de golpe ante nuestros ojos, solo y absoluto,
           unido por un arcoíris como un nervio hacia el infinito.
              Fue verlo y sentir, primero una inquietud casi imper-
           ceptible y, cuanto más nos acercábamos a él, un angus-
           tioso desasosiego, como si una fuerza extraña y violenta
           se apoderara de mí, descontrolándome.
              No digo nada, intento disimular ante Livio mis arre-
           batos. Hasta que llega la noche y los árboles pierden


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