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Ni siquiera el cultísimo Dr. José María Vargas pudo persuadir a los
dueños de haciendas y esclavos a que apoyaran su proyecto de escue-
la elemental básica, gratuita y obligatoria, tan lejana en su concep-
ción a la de don Simón Rodríguez; y eso que el Dr. Vargas era un
sobresaliente representante del sector conservador, ex presidente de
la República y responsable de la Dirección General de Instrucción
Pública desde su creación en 1838.
Las mayorías nacionales, analfabetas, palúdicas y buenas para
carne de cañón de las sucesivas “revoluciones” de los amos de la tie-
rra, tuvieron que esperar el ascenso de Guzmán Blanco al poder en
1870. Ese año, el 27 de junio, se hace público el Decreto de Ins -
trucción Popular Gratuita y Obligatoria. El aludido Decreto, de claro
sentido progresivo, aplicaba sólo a la escuela primaria elemental de
cuatro años y no cubría la primaria superior. Pero tanto el modelo de
Vargas como éste de Guzmán en nada se acercaba a la educación
propuesta por don Simón Rodríguez. La escuela de Guzmán era la
misma de leer, escribir y contar; no proveía al pueblo del saber
hacer; no derivaba de ella derecho a la propiedad; no le otorgaba
una amplia cultura y nada tenía que ver con la “Escuela social”;
habían transcurrido dieciséis años desde la muerte de Rodríguez y
Vargas en 1854.
La crisis del sistema político instaurado por Guzmán Blanco,
el “Liberalismo Amarillo”, desembocó en otra “revolución”, la
Restauradora, acaudillada por Cipriano Castro. Ni la menguada
economía sostenida por las exportaciones del café y el cacao; ni la
guerra civil promovida por banqueros, comerciantes, caudillos y
compañías extranjeras con las banderas de la Libertadora y el pos-
terior bloqueo de las potencias europeas a nuestros puertos, permi-
tieron recursos y sosiego para la tarea educativa con sentido nacio-
nal. Luego se nos vino encima la dictadura gomecista que se
prolongó por veintisiete años, hasta 1935. Es el período en que
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