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Desgarros y contradicciones


           de las ideas de la clase dominante. Así, el marxismo no fue ajeno a un sustrato
           civilizatorio homogeneizador y opresivo que limitó los alcances del principio
           de la fraternidad al espacio de los blancos y europeos.
              Poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el socia-
           lismo colonialista era prácticamente hegemónico en Europa y también en la
           periferia. Su portavoz más destacado, Bernstein, solía expresarse en los mismos
           términos que un administrador de colonias británico. En la II Internacional,
           las posturas colonialistas estaban a la orden del día. En 1894, en el Primer
           Congreso del Instituto Internacional de Sociología de París, el criminólogo
           italiano Enrico Ferri expuso sobre “sociología y socialismo”. Consideraba a la
           obra de Marx como la suprema aplicación de los postulados del darwinismo
           y de la f losofía de Herbert Spencer al campo de la economía y la sociología.
              Ese  marxismo  erigió  al  “perf l  de  Apolo”  como  su  emblema  y  dio  por
           válido a un conjunto de teorías pseudocientíf cas que partía del determinismo
           geográf co, de la dicotomía norte-sur en la clave ascendente-decadente, blanco-
           negro, frío-cálido, viril-femenino, etc. No estuvo exento del vicio eurocéntrico
           tendiente a la f jación de los otros y las otras en identidades pre-elaboradas.
           Así, por ejemplo, hubo un marxismo que cedió a las “evidencias” de la freno-
           logía y sus pruebas craneológicas. Partiendo de Aimé Césarie, podemos af rmar
           que el marxismo también estuvo expuesto a los efectos de la colonización que
           desciviliza al colonizador. Debemos abogar por un marxismo descolonizado y
           des-post-colonizado.
              Claro está, en el marxismo fermentan las ideas y las categorías capaces de
           subvertir ese sustrato. Porque el marxismo como antif losofía de la inmanencia,
           y al igual que las f losofías de la inmanencia, sabe desarrollar por cada posición,
           por cada certeza, un antídoto. En la obra de Marx, profunda y ancha, también
           abundan las páginas que plantean las posibilidades de socavar la parte ominosa de
           Occidente para despojarse de su salvajismo. Si el marxismo animó a la Civilización
           Occidental, también contribuyó a excederla, a traspasarla. ¿Acaso la crítica y el
           repudio de Marx a la dominación de las cosas sobre los hombres y las mujeres
           y a las operaciones de “mistif cación” (luego transformadas en “fetichismo”) no
           constituyen fundamentos válidos para fundar una crítica a Occidente?
              Existen muchos ejemplos válidos de desarrollos marxistas en esa línea: los
           aportes seminales del Amauta Mariátegui y de la Teoría de la dependencia
           que elaboró desde un marxismo geopolíticamente situado una crítica al colo-
           nialismo material e intelectual; o las versiones más radicales de la Teología
           de la liberación, o de la educación popular, democrática y liberadora en la
           tradición de las pedagogías críticas de Nuestra América (por cierto, en 2017
           también se cumplieron veinte años del fallecimiento de Paulo Freire); o el
           método de Investigación Acción Participativa pref gurado por Camilo Torres
           y desarrollado por Fals Borda.


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