Page 102 - Marx Populi
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8- Elogio de la anormalidad
Karl Kautsky consideraba que los principios del marxismo sólo tenían
validez para aquellos pueblos que compartían el “mundo cultural” de
Occidente. Kausky eludía toda autocrítica de Occidente y hablaba de “nuestro
mundo”. Proponía un marxismo reacio a los pigmentos pardos. Entonces, o
bien el marxismo no servía, o bien había que ingresar a Occidente (pare-
cerse cada vez más a Occidente) para ponerlo en valor. De este modo, el
marxismo periférico (no-occidental), el marxismo de Nuestra América, nació
como anomalía. Desde sus primeros pasos repudió la atemporalidad de los
conceptos y los métodos y cualquier posibilidad de conf gurarse como un
corpus de nociones auto-contenidas. Nuestro marxismo tiene melanina,
es un “marxismo-melanismo” y se ha ido conformando en el barro de una
historia de pasiones compartidas. Sus mejores exponentes: Mariátegui, el
Che, Chávez, entre otros y otras que, más que detenerse en el marxismo
como f losofía o sociología convencionales, buscaron convertirlo en una
nueva forma de sentido común popular: una auténtica sociología revolucio-
naria o una f losofía de los no f lósofos (o, directamente, una antif losofía).
Para articularse con procesos y sujetos revolucionarios, para erigirse en
saber-hacer emancipatorio, en pasadizo del en-sí al para-sí de la clase que vive
de su trabajo y del universo plebeyo todo, el marxismo siempre debió recons-
truirse, no tanto como un pensamiento sobre la anormalidad, sino más bien
como un pensamiento de la anormalidad. De hecho, como un pensamiento y
una práctica –sí, una praxis– “anormales”. Entonces, parafraseando a T omas
Khun, el marxismo no debería preocuparse por normalizar sus anomalías. Allí
radican algunos de sus sentidos más relevantes.
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