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Elogio de la anormalidad
construcción imaginaria pero no objeto de contemplación, porque existen
entidades no observables que son reales; o porque existe correspondencia
entre el mundo material y el no material, entre la energía aparentemente
inmóvil (energía material) y la energía que está en movimiento (energía
inmaterial); o porque las “ilusiones”, junto con “lo real”, son un carácter más
de las realidades humanas.
Se trata, entonces, de considerar a la experiencia humana en su totalidad
y de no confundir la realidad con sus objetivaciones. En última instancia,
podemos decir que nuestra idea de la realidad objetiva es muy amplia; en
buena medida porque considera que la realidad es hija del encuentro entre
sujeto y objeto, es praxis, es creación. Y se mueve de manera incesante. En ese
sentido, lo “anormal” es la norma. La equiparación entre realismo y materia-
lismo propuesta por Lenin en Materialismo y empiriocriticismo es poco realista.
Aprovechamos el sentido que atraviesa este párrafo para recordar que en 2017
también se cumplieron 50 años de la publicación de Cien años de soledad, de
Gabriel García Márquez.
Así, el marxismo debió descentrarse y convertirse en un pensamiento
marginal, atonal y “extraño”. Debió darse un baño de modestia epistemológica
y de racionalidad autocrítica y aceptar, por ejemplo, el principio de falsabi-
lidad. Tuvo que negarse como la cima que se alcanza por senderos exclusivos
de una politización inspirada en la conciencia de clase. Tuvo que abrirse a la
reciprocidad y a la poética de los hechos insólitos. Tuvo que abandonar tanto
la idea de un sujeto automático, indefectiblemente sobredeterminado por
procesos objetivos, como la de un sujeto tan pero tan omnipotente que podía
prescindir de la historia, la alteridad y la naturaleza. Tuvo que asumir que la
materia coactúa.
No sólo tuvo que aprender cómo pensaba y hablaba el sujeto agente,
también tuvo que hacerse pensamiento y lenguaje subalternizado y salvaje.
Tuvo que constituirse en lengua de acogida, susceptible de ser moldeada y
transformada por el uso de los pueblos, capaz de hacer transparentes otras
cosmogonías, competente para producir discursividades (muchas veces
disonantes) puntuadas con diversos acentos, cadencias y ritmos. Tuvo que
af ncarse en subsuelos, suburbios, “culos del mundo”, bajos fondos, infra-
mundos, tierra adentro, tierra de nadie, márgenes, contraculturas y para-
culturas; en socavones y patíbulos.
Es decir, tuvo que corporizarse y encontrar un pathos. Tuvo que hacerse
mundo periférico, campesino, pobre urbano, “precariado”, “pobretariado”,
pueblo originario, afro-descendiente, mujer, homosexual, transexual, entre
otros devenires. Tuvo que “dejarse” apropiar de a trozos para terminar rein-
ventado, sin reclamar ningún derecho sobre los rojos tasajos arrancados.
También, tuvo que romper con los consensos marxistas anteriores, siempre
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