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Elogio de la anormalidad


           marxismo? Ese inmanentismo es el que lo delinea como un humanismo
           práctico y positivo, radical y absoluto.
              Es evidente que el marxismo, sobre todo el de Nuestra América, posee una
           historia de diálogos inclusivos, de conexiones, de sintonía gruesa con procesos
           de  resistencia  y  lucha  antisistémica  y  con  experiencias  de  autogobierno
           popular, de “socialismo práctico”, de “socialismo instintivo”, de “socialismo
           por metamorfosis” o de “socialismo por metáfora”. Es una historia signada por
           las opciones a favor de la simultaneidad y en contra de la sustitución y la manía
           de inculcar verticalmente la conciencia de los antagonismos. Una historia que
           nos muestra su desarrollo en contextos de insubordinación y que sirvió para
           dar a luz nuevas prácticas y subjetividades indómitas que plantearon insignes
           desafíos a la teoría. Una historia en la que aparece la decisión, tanto de personas
           individuales como de colectivos, de afrontar lo concreto sin escabullirse por la
           brecha del método o de las leyes abstractas y genéricas. Una historia que, prác-
           ticamente, no ha sido escrita. Por ahora sólo contamos con algunos esbozos y
           algunas aproximaciones indirectas.
              De  ningún  modo  conviene  desechar  esta  historia  en  benef cio  de  una
           supuesta  pureza  originaria.  Quienes  a  lo  largo  de  los  años  priorizaron  la
           conservación  de  la  castidad  del  marxismo  no  hicieron  más  que  apartarse
           de  “la  historia”  y  convertir  al  marxismo  en  una  f losofía  ahistórica.  Y  el
           marxismo,  en  sentido  estricto,  y  omitiendo  algunas  apariencias,  no  es  lo
           primero  y  mucho  menos  lo  segundo.  En  realidad  es,  como  hemos  seña-
           lado, una antif losofía histórica, en tanto cuestionamiento al pensamiento
           abstracto y especulativo exterior al mundo, crítica de lo realmente existente
           y acontecido y apuesta-contribución a su superación práctica. La crítica y la
           apuesta-contribución constituyen la antítesis de la representación sistemática
           y relegan las cuestiones gnoseológicas a un discreto segundo plano o, direc-
           tamente, ni las consideran. Marx no se preguntó por el ser en cuanto ser, por
           el ser en sí, sin sustancia y sin materia. Su punto de partida fue la “actividad”
           de los hombres y las mujeres. Desechó los métodos especulativos y pref rió
           los métodos históricos y sociogenéticos. Teorizó sobre la praxis, no le rindió
           culto a los conceptos.
              Hablamos del marxismo como antif losofía en un sentido muy específ co.
           En su Crítica de la f losofía del derecho de Hegel, Marx propone una respuesta
           materialista  a  la  pregunta  principal  de  la  f losofía.  Esa  respuesta  constituye
           una ruptura radical con el idealismo, entre otras cosas porque Marx la fundó
           en la praxis y no en la teoría. Entonces, en esa respuesta muchos han detec-
           tado una refutación de la f losofía que, por otra parte, Hegel supuestamente
           había clausurado en su propuesta de conciliación entre el pensamiento y la
           realidad. Según algunas posturas, esta condición de antif lósofo, acercaría a
           Marx a Friedrich Nietzsche o a Søren Kierkegaard, entre otros. Pero lo cierto es
           que Marx también es muy diferente a estos últimos. Por supuesto, desde otros

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