Page 105 - Marx Populi
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                                 Miguel Mazzeo - Marx populi
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           intransigentes y dispuestos a la segregación. Tuvo que rechazar las normas
           o  modif carlas  para  profundizar  sus  capacidades  crítico-ref exivas.  Tuvo
           que mezclarse con lo que era (y es) distinto al racionalismo discursivo de
           Occidente y así se hizo barroco, bastardo, excesivo, desbordante, despropor-
           cionado, excéntrico, a veces bizarro. Tuvo que hacerse en las turbulencias
           y en las fusiones caóticas. En ocasiones imitó al chamanismo y desarrolló
           un carácter antidogmático e integrador, se ofreció generoso como procedi-
           miento de ajuste y sincronización con la realidad y la vida. Pasó a la ofensiva
           y se dejó llevar por la dinámica que ella generaba. De este modo, amplió sus
           capacidades cognitivas y transformadoras.
              Estamos considerando la posibilidad de que el marxismo se someta a
           procesos más complejos que un diálogo transcultural, que inspire actitudes
           mucho  más  radicales  que  la  “hermenéutica  diatópica”  (en  los  términos
           propuestos por Boaventura de Sousa Santos). En este, como en otros planos,
           creemos que es necesario exceder los límites que propone el multicultura-
           lismo liberal y populista. Hay que apostar más fuerte y traspasar la crítica
           a la ilustración. La dialéctica y la Pachamama. Lenin y Bolívar.  Trotski y
           Zapata. Luxemburgo y Evita. Fanon y Tiradentes. El Che y Changó. Los
           libros y las estampitas del Gauchito Gil. Marx en Macondo. Marx nángara.
           Marx compañero. El sincretismo multiplicado y descontrolado que espanta
           a  las  inclinaciones  más  racionalistas  y  eurocéntricas.  Inclinaciones  que
           suelen  confundir  lo  auténticamente  popular  con  el  populismo,  que  son
           incapaces de reconocer los “momentos de verdad” o los “núcleos de buen
           sentido” que habitan ese sincretismo y que no logran captar los procesos en
           los que los sujetos adquieren algún grado de autoconciencia en las exterio-
           rizaciones (que no son otra cosa que reproducciones de sí mismo).
              Porque, apelando a la ironía, podríamos af rmar que al marxismo las raíces
           populares de la utopía, los sistemas de signif cantes populares, las estructuras
           de sentimiento (en los términos de Williams), le vienen “desde afuera”. Pero
           el marxismo de algún modo las atrae, dado el sustrato ético y estético de
           muchas de sus categorías y por su fondo utópico y crítico: la aspiración al
           mutuo reconocimiento entre los seres humanos y el desarrollo de una praxis
           orientada a tal f n.
              El marxismo como simple corpus de ideas sólo está en condiciones de
           elaborar un saber teórico abstracto, una cabeza sin cuerpo y sin alma y,
           para colmo de males, cuadriculada (Pedimos perdón por el exabrupto entre
           organicista y metafísico). Es decir, creemos que hay que “inyectarle” vida
           al  marxismo  y  marxismo  a  la  vida.  El  marxismo  debe  ser  adentro  de  la
           multitud y con la multitud adentro. ¿Acaso el marxismo no parte de la
           unidad sujeto/objeto? Y, aunque Marx sostiene el carácter diferenciado de
           esa  unidad,  los  procesos  históricos  concretos  y  la  praxis  misma  tienden
           a  la  homogeneización.  ¿No  es  el  inmanentismo  un  signo  distintivo  del

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