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Desgarros y contradicciones


           la misma función en la periferia que en el centro. En el caso de Irlanda detectará
           lo que no había visto antes en México, China o la India: la burguesía inglesa
           impidiendo el surgimiento de las manufacturas para garantizar el dominio de
           sus exportaciones. Y modif cará su visión sobre estos últimos, principalmente
           sobre México. Será un crítico implacable de intervención de Francia, Inglaterra
           y España (con cierta complicidad de Estados Unidos). Algo de esto se puede
           apreciar desde El Capital hasta sus últimos trabajos.
              Pero la mayoría de las veces, esta crítica radical a la “colonialidad del poder”
           no fue acompañada por una crítica a la “colonialidad del saber” y a la cultura
           (y a la moral) dominadora, mucho menos por la recuperación de los universos
           epistémicos subalternos. Por lo menos no de modo explícito.
              Más allá de los cambios experimentados en su pensamiento sobre Nuestra
           América, Marx nunca logró despegarse del todo del profundo pesimismo de
           la visión hegeliana con su carga de etnocentricidad f losóf ca. Una nota de
           Materiales para la historia de América Latina se ref ere a un juicio de Hegel
           respecto de los guaraníes. Dice la nota que el autor de la Fenomenología del espí-
           ritu consideraba que “la abulia de los americanos en general, y la de los guara-
           níes en particular, era tal que en las reducciones un sacerdote ‘tenía que repicar
           una campana a medianoche para recordarles [a los indios] el cumplimiento de
           sus deberes conyugales porque a ellos ni siquiera eso se les habría ocurrido por
           sí mismos’ (Die Vernunft in der Geshichte, Hamburgo, 1955, p. 202); desgra-
           ciadamente Hegel no nos aclara cómo se la habían ingeniado los habitantes del
           Nuevo Mundo para reproducirse antes de que llegaran los jesuitas turbando, a
           campanadas, los castos sueños indígenas”. En Engels, esto es más marcado. En
           su caso, a la inf uencia de Hegel hay que sumarle la del antropólogo nortea-
           mericano Lewis Henry Morgan. Engels veía en Nuestra América a pueblos
           sumidos en el “estadio medio de la barbarie”, a los que contrastaba con los
           yanquis: enérgicos, infatigables; al f n y al cabo: europeos aclimatados.
              También  en  la  línea  de  Hegel,  Marx  y  Engels  solían  ser  moderados  en
           sus críticas a España. Aunque reconocían una condición española decadente,
           consideraban que aún poseía algunas virtudes, pero que de ningún modo se
           trasladaban a Nuestra América. Solo los vicios españoles, magnif cados hasta la
           deformidad, se manifestaban aquí.
              Asimismo,  algo  de  este  pesimismo  respecto  de  Nuestra  América  here-
           dado de Hegel explica la visión distorsionada que Marx tenía sobre Bolívar,
           además de la pésima calidad de algunas de las fuentes a las que tuvo acceso
           y en las que se inspiró para componer su opúsculo sobre el Libertador. Para
           Marx, Nuestra América no dejaba de ser la tierra de la sinrazón, del mito; el
           lugar de unos pueblos fantasiosos que gustaban de inventar grandes hombres,
           un espacio descalif cado para el desarrollo de una conciencia colectiva. Por
           ejemplo, en un pasaje de La ideología alemana en que Marx y Engels debaten


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