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Miguel Mazzeo - Marx populi
“el abajo”, se multiplicaban los movimientos y las experiencias disfuncionales
que empuñaban el porvenir. Era masiva la celebración de las desobediencias:
los levantamientos anticolonialistas, los cuestionamientos a la sociedad de
consumo en los países capitalistas avanzados, la lucha contrahegemónica de
los trabajadores y las trabajadoras dentro y fuera de las fábricas y un sinfín
de insurgencias.
Las cosas han cambiado, aunque el proceso de subordinación y deshuma-
nización no hizo más que profundizarse. Ahora rebasa el grito desgarrador. Y
aquello que puede explicar, articular y convertir ese grito en fuerza de eman-
cipación colectiva, ya sean ideas y/o fuerzas sociales, permanece avasallado
por el despliegue inédito de las mediaciones alienadas. No encontramos los
modos más ef caces de seguir la orientación de Marx en la Crítica de la f lo-
sofía del derecho de Hegel de 1843: hacer la opresión real todavía más opresiva
agregando la conciencia de la opresión, y hacer la vergüenza todavía más
vergonzosa dándole publicidad. El marxismo tampoco puede recomponerse
–por ahora– como un hilván ecuménico que otorgue sentido de pertenencia
al género humano.
Por cierto, el marxismo ha encontrado en las últimas décadas refugio
en ámbitos académicos (inclusive en países como los Estados Unidos) y no
ha cesado de desarrollarse, de enriquecer su producción teórica en diversos
campos, incluyendo la economía, pero al costo de un aislamiento cada vez
mayor respecto de partidos políticos y sindicatos, de organizaciones popu-
lares y movimientos sociales. Esta condición ajena al universo plebeyo, este
desentendimiento con la vida, anula su potencia crítico-práctica. La legiti-
midad “científ ca” del marxismo, los grados de sutileza conceptual alcanzados
en la intimidad de algunos círculos, han ido en desmedro de su legitimidad
en la esfera de la política pública. Su solidez como programa de investigación
no se condice con su realidad como proyecto político. Sus avances teóricos
se dieron en campos extraños a las preocupaciones de la política real, de la
política emancipadora.
Si bien resulta injustificable cualquier gesto de menosprecio a los
marxistas formados en Oxford o en Cambridge, en la UCLA o en la UNAM,
menos aún si asumen algún nivel de compromiso intelectual y/u orgánico
con las luchas populares, si buscan desarrollar alguna congruencia entre lo
que investigan y hacen; lo cierto es que necesitamos, hoy más que nunca,
a los teóricos y a las teóricas de base. Necesitamos de su singular oficio
que consiste en instalar al marxismo en el orden de las convicciones colec-
tivas. ¿Para qué sirve el marxismo como convicción individual? ¿Para qué
sirve el marxismo como credo llamado a cohesionar una nueva “Sagrada
familia”? ¿Para qué sirve el marxismo afincado en instituciones predecibles,
ocupadas en estabilizar todo lo que fluye? ¿Qué tiene que ver el marxismo
con la beca, el contacto, el acomodo, la normalización, la formalización, el
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