Page 41 - Marx Populi
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Miguel Mazzeo - Marx populi


           “el abajo”, se multiplicaban los movimientos y las experiencias disfuncionales
           que empuñaban el porvenir. Era masiva la celebración de las desobediencias:
           los levantamientos anticolonialistas, los cuestionamientos a la sociedad de
           consumo en los países capitalistas avanzados, la lucha contrahegemónica de
           los trabajadores y las trabajadoras dentro y fuera de las fábricas y un sinfín
           de insurgencias.
              Las cosas han cambiado, aunque el proceso de subordinación y deshuma-
           nización no hizo más que profundizarse. Ahora rebasa el grito desgarrador. Y
           aquello que puede explicar, articular y convertir ese grito en fuerza de eman-
           cipación colectiva, ya sean ideas y/o fuerzas sociales, permanece avasallado
           por el despliegue inédito de las mediaciones alienadas. No encontramos los
           modos más ef caces de seguir la orientación de Marx en la Crítica de la f lo-
           sofía del derecho de Hegel de 1843: hacer la opresión real todavía más opresiva
           agregando la conciencia de la opresión, y hacer la vergüenza todavía más
           vergonzosa dándole publicidad. El marxismo tampoco puede recomponerse
           –por ahora– como un hilván ecuménico que otorgue sentido de pertenencia
           al género humano.
              Por  cierto,  el  marxismo  ha  encontrado  en  las  últimas  décadas  refugio
           en ámbitos académicos (inclusive en países como los Estados Unidos) y no
           ha cesado de desarrollarse, de enriquecer su producción teórica en diversos
           campos, incluyendo la economía, pero al costo de un aislamiento cada vez
           mayor respecto de partidos políticos y sindicatos, de organizaciones popu-
           lares y movimientos sociales. Esta condición ajena al universo plebeyo, este
           desentendimiento con la vida, anula su potencia crítico-práctica. La legiti-
           midad “científ ca” del marxismo, los grados de sutileza conceptual alcanzados
           en la intimidad de algunos círculos, han ido en desmedro de su legitimidad
           en la esfera de la política pública. Su solidez como programa de investigación
           no se condice con su realidad como proyecto político. Sus avances teóricos
           se dieron en campos extraños a las preocupaciones de la política real, de la
           política emancipadora.
              Si  bien  resulta  injustificable  cualquier  gesto  de  menosprecio  a  los
           marxistas formados en Oxford o en Cambridge, en la UCLA o en la UNAM,
           menos aún si asumen algún nivel de compromiso intelectual y/u orgánico
           con las luchas populares, si buscan desarrollar alguna congruencia entre lo
           que investigan y hacen; lo cierto es que necesitamos, hoy más que nunca,
           a los teóricos y a las teóricas de base. Necesitamos de su singular oficio
           que consiste en instalar al marxismo en el orden de las convicciones colec-
           tivas. ¿Para qué sirve el marxismo como convicción individual? ¿Para qué
           sirve el marxismo como credo llamado a cohesionar una nueva “Sagrada
           familia”? ¿Para qué sirve el marxismo afincado en instituciones predecibles,
           ocupadas en estabilizar todo lo que fluye? ¿Qué tiene que ver el marxismo
           con la beca, el contacto, el acomodo, la normalización, la formalización, el

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