Page 39 - Marx Populi
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Miguel Mazzeo - Marx populi


           condiciones de reconocer aquello que ha sido impuesto de manera unidirec-
           cional.  ¿Cómo  dar  cuenta  de  las  múltiples  facetas  de  este  mundo?  ¿Cómo
           conocer  otros  mundos  y  otras  cosmovisiones?  ¿Cómo  buscar  en  lo  que  ya
           somos sin apelar a los discursos complejos?
              No estamos haciendo ninguna apología del hermetismo ni de los meros
           juegos conceptuales. Por el contrario, estamos planteando la necesidad de
           desarrollar estrategias pedagógicas populares, con sus contenidos, métodos
           y  formatos  específicos.  La  complejidad  del  discurso  no  debería  confun-
           dirse con las jergas indescifrables o con los ornamentos, sino con las posi-
           bilidades de captar lo profundo de la realidad, lo oculto, lo subyacente.
           Entonces, apelamos a una complejidad cuya función consiste en aportar
           a la transparencia y conjurar la heteronomía de los y las de abajo. Por lo
           tanto, resulta fundamental que esa complejidad sea comunicable al punto
           de masificarse.
              En la década de 1950, algunos dizque marxistas, ante la “complejidad”
           de los textos de Marx, propusieron para los trabajadores y las trabajadoras
           una formación “marxista” basada en los textos de Joseph Stalin, “mucho
           más  comprensibles”;  o,  directamente,  apelaron  a  unos  toscos  manuales
           donde el marxismo se presentaba en clave de una “mecánica popular”. Un
           proyecto emancipador debe luchar, también, contra el horror a lo complejo
           y contra la indigencia intelectual para producir un pensamiento propio de
           la  mayor  densidad  posible.  Debe  elaborar  los  instrumentos  pedagógicos
           más afines y, por ende, “desmanualizados”. En una carta a Conrad Schmidt
           del 5 de agosto de 1890, Engels comentaba: “¡Si supieran que Marx consi-
           deraba que sus mejores cosas aun no eran suficientemente buenas para los
           obreros y que veía como un crimen ofrecer a los obreros algo inferior a lo
           mejor que existiese!”.
              Digamos,  entonces,  que  hemos  sido,  somos  y,  muy  probablemente,
           seremos lectores ávidos y estudiosos tenaces de Marx y del marxismo. A pesar
           de los contextos emporcados o, precisamente, por ellos. Debemos asumir que
           formamos parte de una generación que adquirió sus libros marxistas en las mesas
           de saldos, en tiempos en los que el marxismo estaba de remate. Cuando ya era
           demasiado evidente que el fracaso del “eurocomunismo” había generado una
           crisis en el marxismo que lo debilitaba desde adentro. Cuando se iniciaba una
           de las peores ofensivas históricas para extirparlo del campo del conocimiento a
           escala global o para integrarlo de manera subordinada y enajenada bajo la égida
           del saber y el poder burgués. Cuando era moda derrumbar estatuas de Marx
           y Lenin; más allá del signif cado absurdo y funesto que abriga toda condición
           estatuaria. Cuando los y las intelectuales (en sentido gramsciano) se “reconver-
           tían” vertiginosamente, y sus viejas funciones de dirección del mundo plebeyo
           eran trituradas por los procesos del transformismo. Cuando, ya a f nes de la
           década de 1990, la colombiana Shakira cantaba: “No creo en Carlos Marx”

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