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Prólogo


           La Revolución Rusa y aquel socialismo que no fue
              Comenzaré  por  aplicar  eso  de  “aprender  a  desaprender”  al  caso  de  la
           Revolución Rusa, a la que se hace referencia en varios capítulos del libro.
              Miguel escribe que “casi toda la política emancipatoria del siglo xx, casi
           toda la estrategia socialista radical, cabe en el horizonte de sentido (político)
           y en la constelación cultural que instituyó la Revolución Rusa”. Pero nos
           dice también que “demasiado rápido, la Revolución Rusa derritió el sujeto
           revolucionario en el molde del Estado y terminó celebrando los récords de
           producción en las diferentes ramas de la economía, mensurando el socia-
           lismo en toneladas de acero y deseando lo mismo que el enemigo sistémico”.
           Creo que algo puedo decir al respecto, porque son cuestiones que me ocupan
           y preocupan desde hace tiempo.
              Yo comencé a militar allá por 1961, primero en la juventud comunista y a
           partir de 1965 en el trotskismo, y toda mi educación política estuvo marcada
           por la Revolución Rusa: más allá de una circunstancia personal, lo que quiero
           destacar es que por entonces no se trataba de un episodio “histórico”. Se podía
           estar a favor o en contra, formular críticas más o menos severas al Estado
           surgido de la revolución, tener opiniones encontradas sobre la conf ictiva
           deriva de las distintas corrientes políticas referenciadas de una u otra manera
           con la misma, pero en todos los casos la Revolución Rusa operaba como un
           factor histórico-político presente, explícita o implícitamente. Incluso para
           quienes pregonaban la necesidad de una “Tercera Posición”.
              Hoy es evidente que no ocurre lo mismo, por una suma de razones, entre
           las que sobresale la restauración del capitalismo en Rusia, Europa del Este y
           China, con lo cual la crisis de alternativa socialista que se venía gestando desde
           mucho antes se hizo ya inocultable. Todo un período del movimiento obrero
           y revolucionario mundial quedó clausurado y se produjo un terremoto orga-
           nizativo, político y simbólico, cuyas ondas sísmicas llegan hasta el presente.
           Asimilar críticamente lo ocurrido es parte del esfuerzo por construir nuevos
           horizontes en los que pueda inscribirse el advenir de las luchas emancipato-
           rias en curso. La Revolución Rusa ha quedado en el pasado, pero no todos
           los pasados tienen el mismo futuro. Y como dijera el historiador colombiano
           Renán Vega Cantor, debemos “tratar de iluminar el presente con las luchas
           del pasado y no dejar que ni siquiera en el terreno de la interpretación histó-
           rica los vencedores sigan venciendo, aniquilando toda la carga emancipatoria
           que yacía y yace en las acciones de los que lucharon y murieron de pie”.
              Comienzo entonces por af rmar que es incorrecto reducir o identif car a la
           Revolución Rusa con “la victoriosa Revolución de Octubre”, como muchos
           siguen repitiendo, minimizando que antes de octubre hubo un febrero, y que
           a  la  victoria  siguieron  duras  derrotas  y  frustraciones.  Quiero  insistir,  sobre
           todo, en que la revolución socialista no es un acontecimiento, sino un proceso

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