Page 117 - Marx Populi
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                                 Miguel Mazzeo - Marx populi
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              En los procesos revolucionarios, en donde se suele hacer presente algún
           tipo  de  cultura  bélica,  la  amplitud  del  horizonte  suele  conspirar  contra  las
           visiones más complejas, colmadas de matices. Por eso, si bien la crítica es un
           ejercicio innegociable, creemos que hay que ser recatados a la hora de juzgar
           a quienes intentaron hacer revoluciones. A la distancia es muy fácil detectar
           fallas, insuf ciencias, déf cits, desvíos, escolasticismos; identif car a Príncipes
           inescrupulosos  que  se  devoran  a  los  antipríncipes  inmaculados;  reconocer
           la sobreideologización que nutre el sectarismo o al pragmatismo que avanza
           irremediablemente recortándole el espacio a la fe. Pero ni Lenin ni Trotsky,
           ni Mao ni Ho Chi Ming, ni el Che ni Fidel, ni Salvador Allende ni Hugo
           Chávez, pretendieron interpretar un libreto ya escrito o ejecutar un programa
           meticuloso. La revolución para ellos fue experimentación, búsqueda, apuesta,
           borrador. Precisamente por eso, cada uno a su modo ejerció la aptitud de hacer
           del pensamiento una fuerza actuante en la historia.
              Como decíamos al comienzo, nuestro planteo no debería confundirse con
           desprecio por la teoría. Tampoco como un rechazo a las nociones universales del
           marxismo. Por el contrario, lejos de todo empirismo, creemos que la cuestión
           capital consiste en pensar las mejores situaciones para la recreación de la teoría,
           sin someterse mansamente a sus categorías. Se trata también de aprender a
           detectar esas situaciones. Asimismo, consideramos que las nociones universales
           del marxismo son indispensables para cualquier praxis emancipatoria, sólo que
           las consideramos como no f jas y susceptibles de ser reformuladas al calor de
           la experiencia histórica, lo que de ningún modo justif ca el culto de la contin-
           gencia. El único desprecio que cabe es el desprecio al seguidismo a la “línea
           correcta” (que supuestamente produce efectos correctos) o al fetichismo de la
           especif cidad. Por otra parte, la necesidad de trascender sus propias circuns-
           tancias también es un elemento que está inscripto en el marxismo, aunque
           no siempre se tome en cuenta y, mucho menos, se asuman sus consecuencias
           teóricas y prácticas. Además, repudiamos la idea reaccionaria que sostiene que
           los y las de abajo, los y las que resisten, luchan y se rebelan, carecen de aspira-
           ciones cognitivas, estéticas y éticas.
              El  marxismo  nos  coloca  frente  al  desafío  de  un  “universalismo  particu-
           larista”. Por cierto, existen “marxismos” que no logran exceder lo universal
           abstracto,  o  peor  todavía,  que  aceptan  de  modo  acrítico  el  particularismo
           universalizado  de  Occidente.  Estos  marxismos,  en  aras  de  una  supuesta
           pulcritud teórica, suelen negar los contextos, las mediaciones y las subjetivi-
           dades, rechazando las progresivas estratif caciones –o las “inf ltraciones capi-
           lares”, en términos de Gramsci– formadas por las experiencias de los y las de
           abajo y sus sucesivos aportes. Todavía muchos y muchas marxistas pierden
           la brújula cuando lo “espontáneo” es también lo contrahegemónico (en los
           hechos o potencialmente).


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