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Sobre los modos de implantación del marxismo
cuando desarrolla la capacidad de descubrir dimensiones nuevas de la realidad y
cuando se abre a la eventualidad de que diversas realidades, sobre todo las eman-
cipatorias, descubran (y desarrollen) nuevas dimensiones del marxismo. Creemos
que los y las zapatistas de México, los militantes del PKK del kurdistán (en espe-
cial las mujeres), algunos colectivos que impulsan la Revolución Bolivariana de
Venezuela son un buen ejemplo de lo que sostenemos.
Al hablar de modos de “implantación” del marxismo salta a la vista que
estamos haciendo referencia a la idea hegeliana que propone al logos encarnán-
dose en la historia. Pero esta idea posee algún asidero sólo cuando la encar-
nación acontece primero en los cuerpos concretos y en las palabras que crean
signif caciones. Esa mediación es imprescindible, porque es la que produce
ligazón, actividad y determinación. De lo contrario, el logos y la historia pueden
marchar por caminos separados por los siglos de los siglos. Las formulaciones
quedan aisladas de la práctica y sin referentes que las desarrollen, y el marxismo
termina erigiéndose en un sistema cerrado.
Los modos de implantación del marxismo son fundamentales. La implan-
tación es interpenetración, reconocimiento intersubjetivo, ruptura radical con
las visiones fóbicas y paranoides. La implantación sería como una inscripción
en los cuerpos de un performativo que construye identidad y sentido de perte-
nencia. Remite a los enunciados que instauran realidades nuevas. La implan-
tación remite a la creación de un espacio de circulación libidinal, un espacio
amoroso, un espacio de certezas, seguridades y conf anza. Un espacio “senti-
pensante” en los términos propuestos por el colombiano Fals Borda. También
se puede hablar de un proceso de introyección del marxismo. Si se parte de un
enfoque no teológico de la teoría, no importa tanto si termina “incorporado”
o no, puede darse lo que en el psicoanálisis se denomina una introyección no
incorporativa.
La implantación requiere del desarrollo de afectividades que hagan posible
las interacciones. No caben las operaciones gnoseológicas que buscan apode-
rarse de realidades puras, incontaminadas y estáticas. No caben las miradas
que condenan a las personas y a las cosas a la inmutabilidad. No caben las
asimetrías a favor del logos y el enigma. El concepto marxista de praxis excede
con creces la mera intencionalidad. Si la teoría y el método, indefectiblemente,
van a inf igir algún tipo de desestructuración (o de violencia liberadora) sobre
personas y cosas, si van a “infectar el ser”, tienen que estar dispuestos a ser
desestructurados (y hasta violentados y liberados) por esas personas y esas cosas
que de ninguna manera son opacas o inconsistentes por principio. Asimismo,
la implantación remite a la interioridad de los conceptos; que es como decir: a
los conceptos asumiendo riesgos y no guardándose para otra ocasión en algún
lugar externo y seguro. Por esto, entre otras cosas, no debería haber espacio en
el marxismo para los intelectuales narcisistas.
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