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El marxismo de El Che
Desde algunas manifestaciones del mejor marxismo europeo (Terry
Eagleton, por ejemplo), se ha planteado que “sin la riqueza material y espiri-
tual que el capitalismo ha desarrollado, el socialismo sería imposible” y que “el
socialismo que necesite desarrollar las fuerzas productivas desde la base” está
condenado a reproducir algún formato autoritario y estalinista. Así, el desa-
rrollo capitalista de los países más avanzados, con sus altos niveles de produc-
tividad, aparece fetichizado y se termina aceptando la forma típicamente capi-
talista de la riqueza social. ¿Acaso no hay otro modelo de desarrollo posible?
¿Acaso no existen formas alternativas de la riqueza social?
Estas expresiones han asumido al propio Marx como punto de partida. Se
han inspirado en sus planteos de La ideología alemana, del Prólogo a la contri-
bución a la crítica de la economía política de 1859, o de El Capital. Por ejemplo,
en el Prólogo de 1859 Marx propone algunas ideas que más tarde fueron deco-
dif cadas pésimamente, como leyes de bronce del atraso que inhiben (o direc-
tamente contradicen) la vía socialista y como formulas estáticas que sirvieron
como fundamentos para el mecanicismo, el evolucionismo, el determinismo
de las fuerzas productivas, la “teoría del ref ejo” y los diversos modos del refor-
mismo y la moderación política.
Marx dice en el Prólogo de 1859 que “la totalidad de las relaciones de produc-
ción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual
se alza un edif cio jurídico y político y a la cual corresponden determinadas
formas de conciencia social”. También af rma: “En un estadio determinado
de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en
contradicción con las relaciones de producción existentes” y que “una forma-
ción social jamás perece hasta tanto no se hayan desarrollado todas las fuerzas
productivas para las cuales resulta ampliamente suf ciente, y jamás ocupan su
lugar relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones
de existencia de las mismas no hayan sido incubadas en el seno de la propia
antigua sociedad”; por ende: “La humanidad se plantea siempre los problemas
que puede resolver”. En efecto, en el Prólogo de 1859, aparecen resumidos los
sentidos deterministas y f nalistas de la idea de necesidad histórica.
Ahora bien, quienes se han aferrado a las posiciones antidialécticas han
soslayado a Lenin y a Trotsky. O los han cuestionado abiertamente. O se han
detenido en sus planteos tendientes a presentar al socialismo como la “raciona-
lización” del capitalismo, soslayando sus mociones más rupturistas. Lo mismo
cabe decir respecto de Mariátegui, Mao o el Che. ¿Nosotros y nosotras, desde la
periferia, desde el eslabón más débil de nuestras realidades desiguales y combi-
nadas, debemos resignarnos a este tipo de planteos? Creemos que esa “teoría
de las condiciones” para una revolución socialista y la teoría de la transición
que de ella se deriva pecan de productivistas, eurocéntricas y anacrónicas. Sólo
reconocen un tiempo lineal, ascendente y homogéneo, caracterizado por la
puntualidad de las condiciones objetivas y subjetivas, económicas y políticas.
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