Page 178 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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llas de sus costas, la avanzada en la región del proyecto de sociedad
            que se le oponía en el mundo y al que no haría ninguna concesión.
            Por el Canal de Panamá pasaban dos tercios del comercio marítimo
            que llegaba a su costa oeste, lo que les garantizaba el dominio de lo
            que ellos llaman el Hemisferio Occidental.
             En estas condiciones, Centroamérica constituía un punto geoes-
            tratégico vital. No les importaba en absoluto quiénes estuvieran en
            el poder con tal de que respondieran a sus intereses. El presidente
            Franklin D. Roosevelt lo expresó con meridiana claridad al referirse
            al dictador nicaragüense Anastasio Tacho Somoza: “Sí, es un hijo de
            puta, pero es nuestro hijo de puta”. Tacho, el primero de una de una
            serie familiar de dictadorzuelos que se sucedieron en el país hasta
            1979, subió al poder en 1934 como jefe de la recién creada Guardia
            Nacional. Estados Unidos la instauró al retirarse del país por no poder
            vencer la resistencia nacionalista de Augusto César Sandino, que se
            oponía a su presencia intervencionista iniciada en 1912. El primer
            acto en el poder de este primer Somoza fue invitar a Sandino a su
            casa y asesinarlo.
             La dinastía de los Somoza terminó cuando la Guardia Nacional fue
            derrotada por las columnas combatientes del Frente Sandinista de
            Liberación Nacional (FSLN) en 1979, y abrió para el país las posibili-
            dades de construir una “nueva Nicaragua”, como decían los sandinis-
            tas respondiendo a aquellos que decían que el país se convertiría en
            una “nueva Cuba”. Nicaragua, el país más pobre de América Latina
            después de Haití y Honduras, se dio a la tarea de erradicar el anal-
            fabetismo, hacer una reforma agraria, impulsar una política cultural
            popular, revolucionaria y antiimperialista, y tratar de construir un sec-
            tor de industria nacional sobre la base de los bienes expropiados a la
            familia Somoza y sus parientes.
             Como era de esperarse, Estados Unidos respondió con furia a se-
            mejante atrevimiento. Ronald Reagan –el mismo en cuyo mandato
            se pergeñó el llamado Consenso de Washington que tiene, aún hoy,
            estrangulada a buena parte de América Latina por el impulso del
            modelo neoliberal– organizó a la contrarrevolución a través de los
            Contras, minó sus principales puertos, bloqueó el comercio e hizo
            todo los posible para mantenerla acosada. El resultado fue el ago-
            tamiento de la población que, en las elecciones de 1990, eligió a
            la oposición política del FSLN y lo sacó del poder. Los sandinistas
            respondieron –en palabras de Daniel Ortega, entonces presiden-
            te del país y miembro prominente de la dirección del FSLN– que
            gobernarían “desde abajo”. Efectivamente, continuaron siendo un


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