Page 154 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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la década neoliberal y tender puentes con la tradición del peronis-
            mo clásico, enfatizando la importancia del Estado, de la industria,
            del mercado interno, del consumo y de la inclusión social. Hasta
            se habló de una reedición de la alianza populista entre la burguesía
            nacional y la clase obrera.
             Pero los puntos de contacto con el primer peronismo eran mayo-
            res en el nivel discursivo que en el de la experiencia histórica con-
            creta. Es verdad que el Estado empezó a intervenir activamente en
            la economía (incluso se estatizó el servicio de correo y el de agua
            potable) y que el kirchnerismo logró articular  –al menos durante
            unos cuantos años– una coalición que benefició a los grandes gru-
            pos empresariales y también (aunque en una medida mucho me-
            nor) a los distintos sectores de las clases subalternas, que lograron
            recuperar parte de sus ingresos a través del crecimiento del empleo.
            Sin embargo, a diferencia de lo que había ocurrido sesenta años
            atrás, los sectores empresariales que apoyaron al kirchnerismo y se
            beneficiaron con sus políticas poco tenían que ver con aquella bur-
            guesía nacional centrada en la industria y en el mercado interno;
            más bien representaban a enormes corporaciones con altos nive-
            les de concentración y extranjerización, cuya rentabilidad dependía
            más de la consolidación de su capacidad exportadora que de la ex-
            pansión del mercado local. El formidable crecimiento económico
            de estos años, los recursos que el Estado obtenía a través de las
            retenciones y las alianzas políticas tejidas con gobernadores estre-
            chamente vinculados a los grandes emporios mineros y sojeros, lle-
            vó al gobierno a consolidar el modelo primario exportador, lo que
            impidió modificar la matriz productiva del país.
             Tampoco la clase obrera, mucho menos homogénea y gravitante
            que a mediados de 1940, podía desempeñar el papel de aquellos
            años  en  tanto  fuerza  social  movilizada.  El  sindicalismo  tradicional
            conservaba un importante poder de veto, con el que necesariamente
            había que negociar, pero sus altos niveles de burocratización habían
            socavado su capacidad (y sobre todo su voluntad política) de movili-
            zar a una base social cuya identidad política (el peronismo) también
            se había licuado de manera considerable. Es por ello que quienes se
            identificaban con el kirchnerismo desde una perspectiva más clara-
            mente ideológica y adherían con más entusiasmo a sus políticas no
            estaban por dentro sino por fuera de esta mítica alianza populista y
            se ubicaban, mayoritariamente, en ciertas franjas de la clase media
            progresista. No habría que descartar, en este sentido, que haya sido
            precisamente la ausencia de una impronta plebeya en la versión kir-
            chnerista del peronismo lo que facilitó la adhesión de estos sectores
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