Page 153 - América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista
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tar el convite eran contantes y sonantes (alimentos, planes sociales
              y subsidios)  pero implicaban  subordinarse  a las  políticas  oficiales
              y renunciar a la lucha reivindicativa. Algunas organizaciones acep-
              taron la propuesta y se sumaron al oficialismo, en tanto que otras
              adoptaron un tono marcadamente opositor que se fue acentuando
              ante la firme negativa del gobierno a satisfacer sus demandas. Las
              organizaciones piqueteras más combativas mantuvieron las lógicas
              de los peores años de la crisis y se adecuaron mal al nuevo contex-
              to, caracterizado por la reactivación económica, la recomposición
              del  sistema  político  y una “demanda de normalidad”  que ganaba
              terreno en amplios sectores. El gobierno, que contaba entre sus filas
              a muchos dirigentes que conocían al dedillo las lógicas de las orga-
              nizaciones sociales y sindicales, apostó a su desgaste y aislamiento,
              hasta acordar con ellas, cooptarlas o derrotarlas políticamente.
                El kirchnerismo afianzaba así su proyecto político al tiempo que
              definía sus límites, ya que lejos de apoyarse en la movilización po-
              pular que había desembocado en la insurrección de 2001 hacía todo
              lo posible por terminar con ella y despojarla de sus nervios más po-
              tentes. Al prescindir del protagonismo popular se terminó impulsan-
              do un proceso de politización “desde arriba”, que con el tiempo se
              convertiría en una de las limitaciones estructurales del kirchnerismo.
                Otra limitación, no menos importante, tuvo lugar en el campo
              de la arquitectura política, cuando el gobierno de Néstor Kirchner
              dejó de lado la idea, vagamente esbozada durante la primera mi-
              tad de su gobierno, de impulsar una fuerza política más amplia
              (sintetizada en el término “transversalidad”) y terminó apoyándo-
              se finalmente en los sectores más tradicionales del PJ, a partir de
              una política de alianzas con gobernadores e intendentes que ejer-
              cían el control de sus territorios. Este giro comenzó a insinuarse
              luego de las elecciones legislativas de 2005 –en las que el gobierno
              derrotó a los sectores más conservadores del partido– y culminó
              con la propia designación de Kirchner a la cabeza del PJ en 2008.
              De esta forma, la recomposición del sistema político, que había
              sido uno de los objetivos centrales del nuevo gobierno, derivó en
              una restauración de la clase política tradicional y en un afianza-
              miento de las viejas lógicas de poder.

              La versión kirchnerista del peronismo: el mito populista
              Una vez afianzado en el terreno de la economía y habiendo logrado
              el doble objetivo de contener la protesta social y recomponer las
              instituciones del sistema, el kirchnerismo echó mano de un voca-
              bulario político que pretendía deslindar cualquier complicidad con
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