Page 24 - Yo quiero ser como ellos
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LA GLORIA FULGURANTE DE JOSÉ
ANTONIO ANZOÁTEGUI
Un libro de portada azul celeste, en una edición modesta si se
quiere, me llegó desde Mapire, allá en el sur profundo de mi estado
natal. Traía en sus páginas y atmósfera, la arena fina de la sabana
y las brisas con la humedad del Orinoco. Su autor, Leonardo
Rodríguez Castillo, a quien conocí cuando ambos éramos jóvenes
profesores de la Universidad Central de Venezuela, y militábamos en
los mismos sueños de redención social, con Domingo Alberto Rangel
(padre) y otros buscadores de utopías. La dedicatoria de Leonardo es
sencilla como su persona toda, como el papel de imprenta por donde
discurre, en lucha con el amarillo del tiempo, una vida huracanada: la
vida fulgurante del joven General José Antonio Anzoátegui.
Si digo “huracán” debo detenerme a explicar la metáfora y el
verbo. Por estos días de octubre y noviembre de 2015, un movimiento
sísmico estremeció al Estado Mérida. Temblores sucesivos se
ensañaron por varios días con sus páramos y valles. Se trataba de
réplicas, como las llaman los científicos. Pero la ciencia, cuando su
lenguaje especializado no puede explicar los fenómenos, recurre a la
poesía. Esa necesidad de expresión llevó a los sismólogos a hablar
de “enjambre de terremotos”, como si se tratara de nubes de abejas.
La palabra enjambre es poética. La palabra terremoto es todo lo
contrario. La unión de ambas provoca una imagen literaria, pero que
todo el mundo entiende. Vuelvo a pisar tierra para decir que en el
siglo XIX un enjambre de huracanes se formó sobre los cielos de
Venezuela. Más que de tempestades o fenómenos atmosféricos, se
trató de legiones hombres y mujeres de vida huracanada: héroes,
próceres, mártires.
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