Page 20 - Yo quiero ser como ellos
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cósmica del Sur, a la reina de las Naciones y la madre de las
Repúblicas”
Desde el siglo de la Independencia y los días y noches
insomnes de Pichincha y Ayacucho, nos dice el Mariscal Antonio
José de Sucre:
“Ningún mensaje más agradable para un americano, que
aquel cuyo objeto sea estrechar las relaciones de pueblos hermanos
que, iguales en las desgracias y en la esclavitud, son llamados por
naturaleza a identificar su causa, su independencia, su gloria”.
En su carta fechada en La Habana, el presidente Chávez
destaca:
“Cuando resuena el fúnebre sonido de los tambores de la
guerra en el mundo, cuánto valor tiene que los Estados de América
Latina y el Caribe estemos creando una zona de paz donde se respete
celosamente el derecho internacional y se reivindique la solución
política y negociada de los conflictos. Tenemos el deber de anteponer a
la lógica de la guerra una cultura de la paz, sustentada en la justicia y
la igualdad”.
El Libertador Simón Bolívar, en su biografía de Sucre, destaca el
carácter conciliador del Gran Mariscal, su destreza como negociador
político y su capacidad para resolver los conflictos en forma pacífica,
allí donde ello fuera posible. Sobre el armisticio y la regularización
de la guerra que firma el grande americano con el general Morillo en
1820, escribe el Libertador:
“Ese tratado es digno del alma del general Sucre: la benignidad,
la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron: él será eterno
como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra: él
será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho”.
A ese soldado amante de la paz que fue el general Antonio
José de Sucre, al mismo que inspira las líneas de la carta que el
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