Page 146 - Yo quiero ser como ellos
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UNA FLOR PARA LEONARDO FAVIO
Andaba mi generación en una de Mayo Francés y
Renovación Académica, cuando Leonardo Favio disipaba el humo
de las lacrimógenas y el estallido de las molotov en las noches
largas de la Tierra de Nadie. Allí, en la Ciudad Universitaria, donde
un camarada de Ingeniería cayó la otra tarde y una muchacha
de Antropología clavó una bandera roja. Desde un Masseratti
3.0 litros, un tipo arrebatado lo cuestionaba todo a seiscientos
kilómetros por hora y Víctor Valera Mora, el Chino, tomaba nota
en una libretica ñángara, donde una mañana escribió: Amanecí de
bala.
De bala amanecíamos todos, a veces literariamente, y otras,
literalmente, frente al cuerpo inerte del compañero herido. Pero
había tiempo para las serenatas, para verla pasar y cortar una flor.
Podíamos estar, allá en la nochecita, con Alí Primera y Gloria
Martín bajo los cielos de Calder y, ya en la madrugada, tararear
por las calles “ella ya me olvidó”, con un Leonardo Favio solidario
y cómplice. Porque detrás del poeta del amor y el verano, había un
militante que fraguaba sus sueños.
Porque Leonardo no era sólo balada y serenata. Escribía,
componía y cantaba. También actuaba. Pero sobre todo, hacía cine.
Ese cine latinoamericano que los latinoamericanos desconocemos,
exiliados como estuvimos (¿estamos?) de nosotros mismos. Hacia
el destierro salió cuando la dictadura militar –ay, de los hablan de
dictadura en Venezuela- puso su bota en la Argentina que palpita
en los mitos de Gardel y Evita, pero también del Che.
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