Page 42 - Vida ejemplar de Simón Bolívar
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Vida ejemplar de Simón Bolívar

                  Atenúa luego la dureza de las lecciones, y agrega para concluir:
               “Deseo que usted lo pase bien, que trabaje mucho y que digiera
               las incomodidades que le doy y la parte desagradable de esta
               carta”.
                  Da orden de invitar a su mesa particular de Libertador, de
               presidente y de grande hombre a un oficial ineducado. Se le
               observa que el oficial, por su incultura, faltará a las conveniencias.
               No importa: Bolívar lo invita. En la mesa, el oficial justifica los
               temores. Comete involuntarias faltas de mala educación. Algunos
               le hacen observaciones duras. Bolívar reprende con suavidad a los
               censores, y con entonación tolerante advierte al oficial cómo se
               hacen las cosas. Después de la comida, ido el oficial, alguien
               adelanta que no será posible admitir otra vez en la mesa del
               Libertador al infortunado. “Todo lo contrario –replica Bolívar–;
               lo invitaré a que venga todos los días y haremos su educación”.
                  Hay un documento que sobresale entre los más acabados del
               Libertador. Quizá nunca se reunieron en un conjunto armo-
               nioso, como en ese documento, las cualidades de pensamiento y
               de elocuencia de Bolívar. Todas las cualidades de su estilo están
               allí dirigidas a un grande objeto. Esclarecer, convencer, demos-
               trar. Y es una lección. Lección modelo. Lección del gran maestro
               al mayor y más amado de sus discípulos. Lección de padre al más
               grande de sus hijos...
                  Sucre, el general de Pichincha, el político generoso y hábil
               diplomático, se ha sentido lastimado por una orden de Bolívar.
               La ha cumplido. Ahora, satisfecho el deber de disciplina, se queja
               ante su jefe en carta admirable de dignidad y franqueza. Sentimos
               “dolor por el dolor de Sucre” y estamos casi resueltos a darle la
               razón. Ahora Bolívar habla a su vez. Responde a su teniente,
               a su amigo, a su hijo. Desvanece los cargos, aclara las razones
               de su orden. Pone el interés de la patria por sobre la delicadeza
               individual. Habla a la razón, al sentimiento. Pone severidad en el
               concepto y ternura de padre en el acento. El tono cambia según
               la fibra que toca. Y triunfa. Sucre sale honrado en el alto grado
               que él se merece. Bolívar, engrandecido. Sucre, el vencedor de
               Pichincha, queda vencido, pues no insiste en sus quejas. Solo tan
               gran maestro podía dar tal lección al futuro mariscal de Ayacucho.
                  Padre y maestro, educador de hombres y pueblos. No dejará
               de serlo ni a la hora de la muerte. Al contrario. Reunirá todas


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