Page 18 - Sencillamente Aquiles
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sencillamente aquiles


            mis vestidos de paseo, porque para todos los días ella se
            llama simplemente Nena.
                Nena, chocolatín para la niña buena. Nena, mi amor,
            un guante azul para la flor. ¡Qué bien se siente mi tristeza
            entre las liebres del Señor…! Yo tengo cuatro y él ya no es
            tan grande. Tal vez porque todo el peso del mundo le cayó
            sobre los hombros. El comedor de la casa de La Pastora en
            penumbras sí es enorme y la tristeza de mi tío lo llena total-
            mente. Primera lección, esto se llama dolor aunque nadie me
            lo diga todavía. Esto se llama pérdida. Mira y huele, mucha-
            chita, lo que mucho más tarde, con el sagrado derecho de ser
            cursis, llamaremos corazón destrozado. Nena se ha muerto
            y tú llegas de la escuela con una flor en la mano que cortaste
            para ella. Tío come en silencio, con ese gesto humilde de
            llevar la cuchara a la boca que tienen todos en la primera
            generación de tu familia. Se la muestras y dulce tío, tío que
            te acaricia y te alza se transforma, lanza el plato contra el
            techo con un alarido y sale derribando las sillas. Quedas llo-
            rando hasta que Abuela te toma de la mano y trata de calmar
            tu susto, tu no entender. Aprende, muchachita. Esto se
            llama pérdida, pero también se llama el verbo amar. Todavía
            y para siempre mantendrás contigo la voz de abuela Micaela:
            «el amor es lo único más fuerte que la muerte».
                Tengo cinco y la muchacha aparece en la puerta del
            brazo de tío. Se bajó de la pantalla donde viven las pe-
            lículas mexicanas que ven Aída y Haydée, mi alta y flaca
            y bonita tía de zapatillas toreras y faldas amplias que re-
            vuelve el aire de la casa con sus risas porque, para colmo,
            nació repetida. Salida directamente de las revistas que las
            morochas dejan regadas por donde quiera y que llenan
            la casa de mujeres de pelo rizado, ojos negros enormes y
            belleza inverosímil, posando junto a caballeros de bigotito

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