Page 20 - Sencillamente Aquiles
P. 20
sencillamente aquiles
Mirando al mundo desde unos ojos enormes de ranita
triste, Claudio no solo me robó el nombre al nacer. Vino
predestinado a ser un gourmet, un glotón esclavizado por
dietas de monje medieval, pues nació sin estómago. Se lo
fabricaron mientras los grandes susurraban en la cocina de
La Pastora los secretos que temprano aprendí a identificar
con las desgracias. Cuando lo trajeron a casa no solo es-
taba listo para comer, sino libre de los demonios gracias a
las monjitas metiches que lo bautizaron in artículo mortis
a escondidas del comunismo familiar. Solo Aquiles y yo
intuimos, cada uno a su manera, que el sobrenombre se-
creto que le adjudicamos solo respondía a sus evidentes
poderes mágicos. Él destruyó mis juguetes de niña rica,
regalo del tío Aníbal, usando mi piano de cuatro octavas
como ring de boxeo, la oreja izquierda de mi oso alemán gi-
gante como barba de enanito y mis muñecas para prácticas
oscuras que aún no logro dilucidar.
Aquiles aplastó nuestra autoestima burlándose de nues-
tras ideas políticas, cuando tuvimos la edad y la desgracia
de tenerlas, e informándonos, desde su sabiduría insultante,
que nuestro elegantísimo nombre romano significaba, sim-
plemente, «cojo». También nos llevó a patinar por la Vía
Láctea, a conversar a gritos con un alemán sordo que lle-
naba de batallas y otros gloriosos sonidos los discos de
pasta que atesoraba en su estudio; y compartió con nosotros
tantos y tantos secretos que aun Mario, mi hermano-primo
el Vampi (llamado así por el misterio permanente que rodea
sus actos y por su voz de trueno) y El Chobi, alias Sergio,
hermano menor y némesis personal de toda la familia, están
esperando que los invitemos al bosque secreto.
Aquiles trajo a mi vida el cine, representado por los es-
tudios de Bolívar Films, donde más que moverse flotaban
20