Page 39 - Sábado que nunca llega
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Primero lo concebí como una idea utópica y vaga,
un arrebato de la ansiedad de los últimos días o un
pensamiento loco. Después se me volvió una obsesión
martirizante que tenía que llevar a cabo ineludiblemente,
a costa y a pesar de lo que fuera. Finalmente me convencí
que era posible despescuezar al Tiempo, tomarlo entre
estas mis manos y someterlo a una lenta cuan justificada
extinción hasta la nada, reducirlo al no ser que fue antes
del principio universal o de su propia génesis, detenerlo
y hacerlo consumirse en sí mismo. Uno es un empleado
cualquiera de una oficina cualquiera situada en cualquier
extremo de la ciudad: tiene una esposa, dos hijos pequeños
y un apartamento alquilado en un sector jalonado con
igual fuerza por las clases media y baja.
Desde un tiempo para acá ando buscando al Tiempo
y estoy por encontrarlo. Uno lee el periódico en el autobús
cuando consigue asiento, toma el marroncito en la barra
de la fuente de soda y a las ocho de la mañana está
clavado frente a la máquina sumadora hasta las doce del
mediodía. Cuando lo consiga —cuandoloconsiga, digo—
le voy a retorcer su pescuezo lleno de otoños y de espesos
infinitos. Después hace el mismo rito de las dos a las cinco
de la tarde; uno es lo que se dice un ciudadano común,
o lo que es lo mismo pero dicho en otras palabras, un
venezolano medio: un prototipo, un hombre promedio.
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