Page 41 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega
pesar de ser tan nuestro y de nuestra esencia y de venirlo
arrastrando desde el tercer día de la Creación y, vea usted,
huele a todo menos a barro, ese olor que se revuelve con
el monóxido de carbono y provoca náuseas y nos pone la
cara brillosa y amarillenta. Fue un Jueves Santo que no
quise ir a la playa ni al campo y preferí quedarme en la
ciudad desolada cuando me encontré con el Tiempo sin
esperármelo, así me lo encontré: estaba descansando sus
siglos recostado de un viejo, venerable samán en el parque
Los Caobos. Tiempo y árbol parecían hermanos amorosos,
cómplices de los mismos misterios, apoyado uno del otro
formando una extraña figura de signo de interrogación.
Hoy me quedaré sin leer el periódico porque maldad
es pensar que voy a tener chance de hacerlo en la oficina;
allí estarán esperándome con su exasperante indiferencia
el bloque de papeles llenos de facturas, recibos, órdenes de
pago, ingresos y egresos, curvas de ganancias y de pérdidas,
cuadros comparativos y un sinnúmero de números entre
coordenadas (condenadas) y abscisas que, como ya es
costumbre, empezarán a bailar su neblinoso baile del
hambre al irse acercando el mediodía. ¡He allí el Tiempo!
Por un momento me sentí paralizado, sobrecogido por
la enigmática aparición que tenía frente a mí, pero me
sobrepuse casi inmediatamente porque había llegado mi
hora, la hora de mi vida que toda la vida había esperado y
buscado con inquebrantable obsesión; había llegado también
la última hora del Tiempo. A las doce tengo que arrancar
para casa para llevar a Juan José a donde el médico.
Probablemente a la una ya me habrán atendido y de ahí
mismo partiré para el trabajo. Por la tarde iré a pagar el
alquiler que ya me pasaron el tercer aviso y a medida que
pasa el tiempo aumentan los intereses moratorios. Se hizo
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