Page 40 - Sábado que nunca llega
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earle herrera
Mi admiración por Bolívar creció cuando leí «Mi delirio
sobre El Chimborazo». Últimamente Juan José casi no nos
deja dormir, el carajito pasa toda la noche llora que llora.
Él sí pudo, digo Bolívar, encontrar al Tiempo y decirle
unas cuantas verdades. Ya se orinó el pañal, ya se le salió
el chupón de la boca, ya se cansó de estar bocabajo, ya le
volvió a dar la fiebre a Juan José.
Lástima que no haya completado su obra liberándonos
de ese señor metiche y prepotente. Últimamente ha
estado muy enfermizo el muchacho, aunque Marisela
dice que yo tengo la culpa, que lo tengo engreído pero
no, el muchacho está mal requetemal. A mí me ha sido
más difícil dar con él porque las huellas de Humboldt
el mismo Tiempo, para cubrirse las espaldas, se cuidó
de borrar. Por eso cuando el despertador suena tengo
que hacer un gran esfuerzo para levantarme de la cama,
pues si a las seis no estoy en la parada del autobús, ni por
casualidad llego a tiempo a la oficina. Me dejé de buscarlo
por el Ávila los fines de semana; me he convencido que
al Tiempo ya no le gusta el campo, ahora se la pasa
merodeando por algún lugar de la ciudad. Allí empieza
la primera guerra del día por tomar el primer bus, que si
no, no llegas a tiempo al trabajo, no marcas la tarjeta a la
hora y te levantan otro memorándum de este color. Lo
difícil cuando lo encuentre va a ser identificarlo porque el
muy muérgano puede tomar apariencia de niño, de joven
o de anciano, pero presiento que lo tengo cerca, que uno
de estos días lo atrapo inventando lluvias o en su hobbie de
alterar los pronósticos del Observatorio. Otra vez me toca
ir parado y apretujado como sardina en lata, entre tetas
y muslos y brazos levantados que cargan el ambiente de
ese olor humano al que nunca nos vamos a acostumbrar a
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