Page 43 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega


              a contrareloj, tú nada más que te la pasas amontonando
              nubes para que algunas damas maten su ocio haciendo té
              canasta en prrroooo de los damnificados de las lluvias, te la
              pasas soplando tempestades, levantando olas, convirtiendo
              bellas mujeres en huracanes y lanzándolas contra las islas
              del Caribe, ensañándote miserablemente contra todos
              nosotros y me pregunto yo ahora: ¿Hay derecho? Esta vez
              me dejó el primer autobús, no tendré tiempo de tomarme
              el marroncito ni de tragarme la tostada; tengo que coger
              una carrera directa hasta la oficina y de todas formas voy
              a llegar tarde, tarde, tarde. Hoy la Avenida Baralt está más
              escandalosa y congestionada que nunca, hoy los números
              comenzarán su danza del hambre más temprano.
                  Al  Tiempo no le quedó más remedio que since-
              rarse y volver a su estado clásico: el viejo sabelotodo
              y metidoentodo, de arcaica barba y mirar patriarcal y
              supremo. No le quedó otra alternativa cuando mis manos
              fueron reduciendo el espacio que ocupaba en el mundo su
              pescuezo salpicado de arrugas inmemoriales. Él también
              tenía una nuez de Adán que hizo ¡traqui! de repente y allí
              se me nubló el pasado y un relajamiento agradabilísimo
              se hizo en el ambiente y me destempló los nervios: ya
              no me atormentaban los punzantes recuerdos del ajetreo
              de los días, la prisa de Caracas hacia su fin, el ruido
              de  la  máquina  sumadora,  los  llantos  de  Juan  José  a  la
              medianoche, la tostada atravesada en la garganta, el olor
              que nunca debió salir de las axilas y menos en cambote
              en el autobús, el puntual y diario marcar de la tarjeta y
              el despertador y el cliente moroso y la alucinante danza
              de los números en las horas cercanas al mediodía. Todo,
              todo quedó como una remota experiencia imperceptible y
              sin efecto, como uno de esos sueños borrosos y ambiguos

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