Page 35 - Sábado que nunca llega
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sábado que nunca llega
no tumben las casas. Si empezara a llover con truenos y
relámpagos y no acabara nunca. Si yo fuera ya un hombre
jecho y derecho. Si... Si...
Caregato se muerde los labios, aprieta los puños y una
gran desesperanza le recorre todo el cuerpo, le tiembla
en la barbilla y le causa unas ganas de llorar que reprime
para demostrarse que es un hombre hecho y derecho. Así,
apretando los dientes, logra un asombroso dominio de sí
mismo que se le deshace apenas los tractores empiezan a
tronar ensordecedores, con un ruido que se le antoja infernal
a Caregato cuando, ambos índices taponeándole los oídos,
lo sigue escuchando con los tímpanos de la angustia.
Caregato baja del chaparro y sonámbulo camina hacia
el montón de tierra, palos, losas, puertas, ladrillos, ¿casas?
Todo vuelto trizas-pocilga-ruina. Siente que La Leona fue
un pueblo en el que vivió hace tantísimo tiempo. Siente lo
mismo que sintió aquella vez que vio a su madre perderse
como un puntito oscuro en la inmensidad de la sabana,
que la vio desaparecer por la única calle de La Leona, cada
vez más pequeña, un puntico en lontananza y de golpe, así,
zuás, se perdió para siempre de su vista. Como sonámbulo
va recogiendo y botando pedazos de destrozos de aquí y
de allá. Lejos están los tractores del silencio que guarda
la sabana ante el dolor de Caregato que no aguanta más
y estalla en llanto y de cuando en vez se interrumpe y
rezonga: ¡Coño, los musiús, los musiús, no jó!
Y Caregato, quien algún día será un hombre jecho y
derecho, sentado como sea sobre las ruinas de lo que fue
La Leona, lleno de llanto y soledad y de sueños, forma
un cuadro extraño en medio del atardecer de la Mesa de
Guanipa que le bebe su sombra alargada y grotesca.
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