Page 32 - Sábado que nunca llega
P. 32
earle herrera
taladros con su ropa sucia, su casco y sus botas, luego de
tomar el café negro y amargo y encender un cigarro como
los del padrino. Pero qué iba a saber Caregato, tan siquiera
imaginar, lo que era la vida en los taladros, en medio del
sol inclemente de la Mesa de Guanipa y la sed como una
garrapata pegada en la garganta todo el día. Abajo: el
barro de petróleo y tierra calientes. Y arriba: en la torre: los
hombres empequeñecidos, como de juguete, pendiendo
de un hilo, de un pelo y del coraje —de los güevos, decía
siempre el padrino—. Mediodía en los taladros: sol, sabana,
taladro y brega… ¡Ah, y gringo! El gringo que rompe el
silencio con su vozarrón y mira todo como si todo fuera
suyo y es tan extraño como el taladro mismo. El mismo
gringo que Caregato ve todos los viernes en el comisariato.
¡Pero qué iba a saber Caregato de taladros y de sudor y
de gringos!
Al principio no lo creyó, dicho mejor, no lo quería
creer; la primera vez que oyó a su padrino decir: «un día de
estos nos iremos de aquí», no lo quería creer y le dio fiebre
de no quererlo creer. Caregato no imaginaba a Caregato en
otra parte sino en La Leona. Te jodes, Caregato, pensaba
cuando iba pateando un perolito camino al quemador,
si nos vamos de aquí, si padrino se va de aquí, te jodes.
¿Dónde más vas a estar mejor? Esto de ir al desperdicio
es requetebueno. ¿Te acuerdas la primera vez que te la
hiciste frente a aquel muchacho grande llamado Eleuto
que te enseñó? Ahora todas las tardes te vas al quemador
a hacerte nada más que puro la paja, Caregato, y más que
aprendiste a montar las burras que se ponen mansitas y te
esperan en el quemador, a la sombra del mismo chaparro.
¿Te acuerdas la tarde que peleaste con Eleuto porque te
22