Page 226 - Lectura Común
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Callar como la niebla
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Antes de amistarme con su voz delgada, su barba de redentor y
su sombra de continuo inquieta, la presencia de Antonio Trujillo fue
por largos días un entusiasmo en los labios de Juan Sánchez Peláez,
quien entonaba, en el legendario jardín de su refugio de Altamira,
mientras temblaba el fulgor del follaje, un decir como venido de
cierto recodo húmedo, muy próximo al agua suelta y apurada, que
la niebla volvía ilusoria, pasando por los vocablos casi al ras de las
hondonadas, mientras alguien, inencontrable, musitaba la confiden-
cia de una unión entre ese mundo sosegado y nemoroso y la emoción
humana más inocente.
Tal aparición del poeta en mi estima quedose como un resplan-
dor definitivo en el espíritu. Luego, el mismo Sánchez Peláez volvió
a mencionar su nombre, esta vez ya no para leerme de nuevo —con
el brillo en los ojos con que festejaba la poesía de su gusto— otros
poemas del barbado poeta de San Antonio de los Altos, sino para
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