Page 228 - Lectura Común
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La lectura común                                Por el ojo de la letra

              escritos con niebla y perfumes serranos. Y así han de ser: espíritu
              de la intemperie mojada y de la vastedad brumosa. Una escritura
              con pausa nos lo muestra, lentamente, extremando el cuido de cada
              imagen, la elección de esta o esotra palabra, no vaya a ser que el sen-
              timiento de campo y de alma que animan su vivir desfallezca con
              la rozadura —o el ruido— de la falsedad, la mentira literaria que
              llamamos retórica.
                  Quería Antonio Trujillo que su decir fuese como la niebla (la de
              afuera y la interior) y que entre el alma y el mundo hubiese un trans-
              currir semejante al arroyo, un apenas de rocío o lluvia. Y se detuvo
              en San Antonio de los Altos, donde habita detrás de unas ventanas
              hechas con sus manos, “a la espera” de una emoción para transfi-
              gurarla en la frase blanca venida de sí mismo desde las colinas y las
              nubes, más allá de los edificios y el recuerdo, en la memoria de los
              labriegos y floristas que guardan la añoranza de un país y unos cuer-
              pos desaparecidos por el cemento y el estruendo.
                  Mientras esto hacía, mi amigo se dio a levantar con madera de   [ 227 ]
              pardillo los tramos de una biblioteca en mi casa. De pronto, acaso
              surgidos de la madera que subía hasta el techo y sostenía los libros
              como a animales del lenguaje, los poemas de Vientre de árboles
              hablaban el idioma antiguo de la tierra, del tiempo cuando hombre
              y paisaje mantenían comercio con lo sagrado, estrechaban acuerdo
              con lo religioso y entre uno y otro transcurría el devenir y todo
              comenzaba desde el corazón y proseguía hasta el infinito.
                  Hoy, a tantos días de nuestra amistad y de mi admiración,
              Antonio Trujillo cree haber concluido su libro. Oigo: “Abajo vive/
              el naciente/allí debes beber/como los pájaros/de lo contrario/el
              camino es otro”. Se es poeta así, me digo. He aquí su plenitud. El
              espíritu substituye a la materia, la emoción a la escritura. Y tal ele-
              vación desde nosotros al suspiro nos es revelación, presentimiento
              de una pureza perdida y por tal gracia, en el instante del decir poé-
              tico, recobrada.
                  Yo no sé si el poeta habrá concluido del todo su libro. El Libro,
              dijera Mallarmé. Él me asegura que el paisaje de San Antonio de los






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