Page 225 - Lectura Común
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Luis Alberto Crespo
brisa en la resolana: dura poco, entre escasas palabras y mucho
silencio. Tampoco inquieran por la escuela de su arpa. Se educó
escuchándola dentro de sí antes de expresar su sentimiento con
sus dedos de cabrestero y ordeñador. Acaso conoció el antiguo
modo de encordar del arpista campesino y la desusada destreza
en las primas de algún legendario músico del monte. Cualquier
conjetura que avancemos en biografiar a Jacobo Gutiérrez es
inane: su más larga confidencia la ilustra ese madero sonoro al
que ha cedido su existencia de hombre de tierra larga. ¿Cuántos
hay como él en la vastedad de donde proviene, sensibles al alma
de la música ancestral? Basta con adentrarnos al país ilímite del
potro y la garza para dar con esos genios de la sabana que tocan
y cantan de oído, que poetizan y narran hablando, dueños de
una estética asaz ignorada, mas viven asendereados en oficios de
inclemencias, puestos a caballo, braceando corrientes, de rodillas
[ 224 ] sobre el surco, pulperos, al volante de carromatos de fortuna,
conductores de autos de servicio público, a quienes la música y
el canto los transfigura en intérpretes y creadores de asombro.
Jacobo Gutiérrez es uno de ellos. El arpa dice lo que calla su
palabra. La maestría de que es ducho no le basta: ha probado que
puede pulsar con sus manos dos arpas a un tiempo, irrespetando
esa dificultad, retando a las voces más altas de los tenoretes y a las
más graves de los bordones.
La edición del disco que hoy ofrecemos, el primero de una
serie, le rinde tributo y responde a los propósitos de la recién fun-
dada Cátedra “Alberto Arvelo Torrealba de Literatura Telúrica”
de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. El arpa de Jacobo
Gutiérrez es una de esas innúmeras lecturas de Venezuela que
desdeñan las aulas académicas y las tesis de grado. He aquí un
país que quiere nacer, un país recobrado.
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